El Espíritu Santo me tocó para orar también por "los chicos de la calle", los llamados "pivetes", que son chicos de todas las edades que asaltan y roban a las personas y en las tiendas.
Llegamos al centro, el autobús se paró en una avenida de mucho tráfico. Me bajé primero, luego en seguida mi marido detrás mía. Entonces, de repente, como se hubieran salido de la nada, surgieron tres chicos, de unos 16 a 18 años, y uno de ellos metió su mano en el bolsillo del pantalón de mi fallecido marido y cogió su monedero, y salió corriendo con sus compañeros. No habían corrido cien metros y se pararon. La gente se juntó al nuestro alrededor, esperando lo peor; nadie decía nada. Les miramos, esperando, mientras el chico que cogió el monedero lo abría y miraba dentro. Estábamos todos en una tensión muy grande; el silencio era absoluto, sepulcral; se podía oír hasta el vuelo de una mosca...
El chico nos miraba fijamente, y nosotros a él, sin embargo, no sentí ningún temor. Sentía que el aire había un poder muy fuerte, como una lucha entre el bien y el mal.
El chico cerró el monedero y lo envió por el suelo a mi marido, sin tocar ni siquiera una sola moneda, y se dieron la vuelta y se fueron, sin decir palabra. La gente " flipaba", no entendían aquéllo; creo que nadie había visto nunca nada igual; hasta mi marido se quedó fascinado.
Luego en seguida sentí en mi corazón una carga muy pesada, para orar por esos chicos de la calle, en especial estos tres; y pedí a Dios que os ayudara a encontrar el Camino que es Jesús, pues en su palabra Él dice: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie viene al Padre sino por mí"(Juan 14:6). Le pedí a Jesús que les tocara el corazón con su Santo Espíritu, y se manifestase a ellos grandemente, para su gloria. Puede ser que aquí en la tierra nunca sepa lo que ha pasado con estos chicos, sin embargo, yo creo, sinceramente, que ellos en aquél momento ya estaban siendo encontrados y tocados por Jesús. Un día estaremos todos en el cielo, los que creen en Jesús y entregaron su vida a él, y los veremos, pues Jesús no hace acepción de personas. Él recibe y perdona a todo aquel que se arrepiente de sus pecados y le pide perdón. El ama al pecador, no al pecado.
La oración es un arma poderosa contra los gobernadores de las tinieblas, contra las potestades, contra el mismísimo infierno! Gloria a Dios! ¡Aleluya! Amén.
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