miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿ME AMAS? (Juan 21:16) - Parte 4

       1. - Considerad la pregunta que Jesús hizo a Pedro, y tratad de contestarla por vosotros mismos. No intentéis evadirla; examinadla seriamente; pensadla bien. Y después de todo lo que os he dicho, ¿podéis honestamente decir que amáis a Cristo?
       No sería una respuesta satisfactoria si me dijeras que crees la verdad del cristianismo y te aferras a los artículos de la fe evangélica. Un mero asentimiento intelectual al contenido del Evangelio no salva. Los diablos también creen y tiemblan (Santiago 2:19). El verdadero cristianismo va más allá de un mero asentimiento a unas doctrinas y a una opiniones. Consiste en conocer, confiar, y amar a la Persona que murió por nuestros pecados, pero que ahora vive: Cristo el Señor. Los cristianos primitivos, tales como Febe, Persis, Trifena, Trifosa, Gayo y Filemón, probablemente no sabían mucha teología dogmática; pero su profesión de fe estaba caracterizada por un rasgo común y sobresaliente: TODOS AMABAN A CRISTO.

       2. - El motivo de su falta de afecto y amor a Cristo es evidente: no sientes ningún sentimiento de gratitud y de obligación hacia Él. No te sientes deudor de su gracia ni de sus beneficios. No es de extrañar, pues, que no le ames. Sólo hay un remedio para este caso: debes despertar a tu gran necesidad espiritual. Has de saber lo que eres por naturaleza delante de Dios, y percatarte de tu pecado y culpabilidad. ¡Oh, que el Espíritu Santo te muestre todo eso!
       Quizá nunca lees la Biblia, o si la lees es muy de cuando en cuando, y por mera costumbre, sin interés, entendimiento, ni aplicación. Haz caso de mi exhortación y cambia de proceder. Lee la Biblia con diligencia y no descanses hasta que te hayas familiarizado con ella. Lee lo que la Ley de Dios requiere del hombre tal como el Señor Jesús lo expone en el capítulo 5 de San Mateo. Lee la descripción que de la naturaleza humana nos da Pablo en los primeros capítulos de su epístola a los Romanos. Con oración estudia estos pasajes bíblicos, y suplica por la enseñanza del Espíritu Santo; entonces pregúntate si eres o no un deudor a Dios, un deudor en extrema necesidad de un Amigo como Jesús.
       Quizá eres una de aquellas personas que desconocen lo que es la oración sincera, real y de corazón. Te has acostumbrado a considerar la fe evangélica como algo que atañe a la Iglesia y al culto externo, pero no tiene relación directa con tu ser íntimo y personal. Cambia de proceder. Empieza, desde hoy, a suplicar sinceramente a Dios por tu alma. Pídele que te muestre todo lo que necesitas saber para la salvación de tu alma. Haz esto con toda tu mente y con todo tu corazón, y no tardarás en descubrir la necesidad que tienes de Cristo.
       El aviso que te doy quizás parezca anticuado y simple; pero no lo rechaces. Es el viejo buen camino, por el cual han andado millones de personas y encontraron paz para sus almas. Si no amas a Cristo estás en inminente peligro de ruina eterna. El primer paso para amar a Dios lo constituye el conocimiento de la necesidad que todo pecador tiene de Cristo, y de la deuda que tiene con Cristo. Y cuando te conozcas a ti mismo y te des cuenta de tu condición delante de Dios, entonces empezarás a darte cuenta de tu necesidad. Para obtener un conocimiento salvador de Cristo debes escudriñar el Libro de Dios (La Biblia), y debes suplicar a Dios por Luz. No desprecies el aviso que te doy; tómalo y serás salvo.

       3. - En último lugar, si ya has gozado de alguna experiencia del amor a Cristo, a manera de despedida recibe unas palabras de aliento y consejo. Y que el Señor haga que te hagan bien.
       Si en verdad amas a Cristo, goza con el pensamiento de que tienes una buena evidencia con respecto al estado de tu alma. El amor es una evidencia de gracia. ¿Y qué si a veces estás acosado de dudas y temores? ¿Y qué si a veces tienes temores sobre la autenticidad de tu fe? ¿Y qué si a menudo tus ojos se ven nublados por las lágrimas de incertidumbre al no poder ver claramente tu llamamiento y elección de Dios? Con todo, hay motivo para que tengas fuerte consolación y esperanza: tu corazón puede testificar que amas a Cristo. Allí donde hay verdadero amor, hay verdadera gracia y verdadera fe. No le amarías si Él no hubiera hecho algo por ti. El amor en tu corazón es señal de una obra de gracia genuina.
       Si amas a Cristo, nunca te avergüences de dar testimonio de su Persona y obra. Puesto que te ha amado y lavado de tus pecados con su sangre, no tienes porqué esconder de los demás el amor y afecto que sientes hacia Él. Un viajante inglés, de vida impía y descuidada, en cierta ocasión preguntó a un indio americano, un hombre convertido y temeroso de Dios: "¿Por qué haces tanto por Cristo? ¿Por qué hablas tanto de Él? ¿Qué es lo que este Cristo ha hecho por ti para que te tomes tanto trabajo por Él?" El indio no le contestó con palabras, sino que juntó unas cuantas hojas secas y un poco de musgo, y con ello hizo un anillo en el suelo. Luego tomó un gusano, lo puso en medio del anillo, y prendió fuego a las hojas y al musgo. Las llamas pronto se elevaron, y el calor empezó a asar el gusano. Con terrible agonía éste trató de escapar por cualquier lado pero todo era en vano, hasta que en desespero se enrolló en el centro del anillo y aguardó el instante en que sería consumido por el fuego. En aquel momento el indio extendió su mano, tomó el gusano, lo puso suavemente sobre su pecho y dijo al inglés: "Desconocido: ¿ves este gusano? Yo iba a perecer como este animalito. Estaba a punto de morir en mis pecados, en desespero y al borde mismo del fuego eterno. Pero en estas circunstancias Jesús extendió su poderoso brazo. Fue Jesús quién me salvó con su diestra de gracia, y me arrebató de las llamas eternas. Fue Jesús quien me puso a mí, pobre gusano pecador, cerca de su corazón amoroso. Desconocido, esta es la razón por la cual hablo tanto de Él. Y no me avergüenzo, pues le amo".
       Si hemos gustado algo del amor de Cristo, mostremos también el mismo sentir de este indio americano. ¡Nunca lleguemos a pensar que podemos amar a Cristo demasiado, vivir demasiado cerca de Él, confesarle con demasiado valor, y entregarnos demasiado a Él! Nada es demasiado para Aquél que nos perdonó, nos limpió con Su sangre e hizo Su morada en nosotros. En el amanecer de la resurrección, lo que más nos sorprenderá será el hecho de que mientras estuvimos en la tierra no amamos más a Cristo, infelizmente. Pero podemos arreglar ésto, buscando amarlo, con toda nuestra mente, espíritu y corazón desde ahora, buscando una relación personal e íntima con Él.

¡Que el Espíritu Santo nos llene del amor de Dios para que podamos amar a Cristo como Él lo merece!

martes, 22 de noviembre de 2011

¿ME AMAS? (Juan 21:16) - Parte 3

       II-  Maneras y modos de manifestarse el amor a Cristo.

       Si amamos a una persona, desearemos pensar en ella. No será necesario que se nos haga memoria sobre la misma, pues no olvidaremos su nombre, su parecido, su carácter, sus gustos, su posición, su ocupación. Durante el día su recuerdo cruzará nuestros pensamientos muchas veces, aun por lejos que se encuentre. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero creyente y Cristo. Cristo "mora en su corazón" y en su pensamiento (Efesios 3:17). En la religión, el afecto es el secreto de una buena memoria. La gente del mundo, de por sí, no piensa en Cristo, y es que sus afectos no están en Él. Pero el verdadero cristiano durante su vida piensa en Cristo y en su obra, pues le ama.
       Si amamos a una persona, desearemos oír hablar de ella. Será un placer para nosotros oír hablar a otras personas de ella, y mostraremos interés por cualquier noticia que haga referencia a ella. Cuando alguien describa su manera de ser, de obrar y de hablar, le escucharemos con la máxima atención. Algunos oirán hablar de ella con completa indiferencia, pero nosotros, al oír mencionar su nombre, nos llenaremos de alegría. Pues bien, lo mismo sucede entre el creyente y Cristo. El verdadero creyente se deleita cada vez que oye algo acerca de su Maestro. Los sermones que más le gustan son aquellos que están llenos de Cristo; y las compañias que más prefiere son las de aquellos que se deleitan en las cosas de Cristo. Leí de una ancianita galesa que no sabía nada de inglés, y cada domingo andaba varios kilómetros para oír a un predicador inglés. Al preguntarle por qué andaba tanto si no podía entender la lengua, ella contestó que como el predicador mencionaba tantas veces el nombre de Cristo, esto le hacía mucho bien, puesto que oír tantas veces el nombre de su Salvador era una experiencia dulce.
       Si amamos a una persona, nos agradará leer de ella. ¡Qué placer más intenso proporciona a la esposa una carta del marido ausente, o a la madre de las noticias del hijo lejano! Para los extraños estas cartas apenas si tendrán valor y sólo a duras penas las leerán. Pero los que aman a los que las han escrito, verán en estas cartas algo que nadie más puede ver; las leerán una y otra vez, y las guardarán como un tesoro. Pues bien, esta es la misma experiencia entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero creyente se deleita en la lectura de las Escrituras, pues son ellas las que le hablan de su amado Salvador.
       Si amamos a una persona, nos esforzaremos para complacerla. Desearemos amoldarnos a sus gustos y opiniones, y obrar según su consejo. Estaremos incluso dispuestos a negarnos a nosotros mismos para adaptarnos a sus deseos, y a abstenernos de aquellas cosas que sabemos que le aborrece. Con tal de agradarle mostraremos  interés en hacer aquello que por naturaleza no estamos inclinados a hacer. Pues bien, lo mismo suele suceder entre el creyente y Cristo. Para poder agradarle el verdadero cristiano se esfuerza en ser santo en cuerpo y en espíritu. Abandonará cualquier práctica o hábito si sabe que es algo que no complace a Cristo. Contrariamente a lo que hacen los hijos del mundo, no murmurará ni se quejará de que los requerimientos de Cristo son demasiados estrictos o severos. Para él los mandamientos de Cristo no son penosos, ni pesada su carga. ¿Y por qué es esto así? Simplemente porque le ama.
       Si amamos a una persona amaremos también a sus amigos. Aún antes de conocerles ya mostramos hacia ellos una favorable inclinación, y esto porque compartimos un mismo amor hacia el amigo o los amigos. Cuando llegamos a conocerles no experimentamos sensación de extrañeza; un sentimiento común nos une: ellos aman a la misma persona que amamos y esto es ya una presentación. Pues bien, lo mismo viene a suceder con el creyente y Cristo. El verdadero cristiano considera a los amigos de Cristo como sus propios amigos, y como miembros del mismo cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército y viajantes hacia el mismo hogar. Cuando les ve por primera vez, parece como si ya les hubiera conocido de siempre. Y a los pocos minutos de estar con ellos experimenta una afinidad y familiaridad mucho mayor que cuando está entre gente del mundo que ya hace muchos años que conoce. ¿Y cuál es el secreto de todo esto? Simplemente, un mismo afecto al Salvador, un mismo amor al Señor.
       Si amamos a una persona, seremos celosos por su nombre y honra. No permitiremos que se hable mal de ella y saldremos en su defensa. Nos sentiremos obligados a mantener sus intereses y su reputación. Pues bien, algo parecido sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero creyente reaccionará con santo celo en contra de las injurias hechas a la Palabra del Maestro, a su causa y a su Iglesia. Si las circunstancias así lo requieren, le confesará delante de los príncipes y mostrará su sensibilidad ante la más insignificante afrenta. No callará ni permitirá que la causa del Maestro sea pisoteada, sino que testificará en su favor. ¿Y por qué todo eso? Porque le ama.
       Si amamos a una persona, desearemos hablar con ella. Le diremos todos nuestros pensamientos, y le abriremos nuestro corazón. No nos será difícil encontrar tema de conversación. Por reservados y callados que seamos con otras personas, siempre nos resultará fácil hablar con el amigo que amamos de verdad. ¡Tendremos tantas cosas para decir, informar y preguntar! Pues bien, es así entre el verdadero creyente y Cristo. El verdadero cristiano no tiene dificultad para hablar a su Salvador. Cada día tiene algo que decirle, y no es feliz hasta que se lo ha dicho. A través de la oración, cada mañana y cada noche habla con su Maestro. Le expone sus deseos, sus necesidades, sus sentimientos y sus temores. En la hora de la dificultad busca su consejo, y en los momentos de prueba su consuelo; no puede hacer otra cosa: debe conversar continuamente con su Salvador, pues sino, desmayaría en el camino. ¿Y por qué? Simplemente, porque le ama.
       Finalmente, si amamos a una persona, desearemos estar siempre con ella. El pensar, oír y hablar de la persona amada, hasta cierto punto nos complace pero no es suficiente; si en verdad amamos, deseamos algo más: deseamos estar siempre en compañia de la persona amada. Ansiamos estar con ella continuamente, y las despedidas nos son en extremo molestas. Pues bien, es así también entre el verdadero creyente y Cristo. El corazón del verdadero cristiano suspira por aquel día cuando verá a su Maestro cara a cara (1ª Coríntios 13:12), y para toda la eternidad. Ansía poner punto final al pecar, al arrepentimiento, al creer, y suspira por aquella vida  sin fin en la que se verá como ha sido visto, y en la que no habrá más pecado. El vivir por la fe le ha sido dulce, pero sabe que el vivir por vista aún le será más dulce. Encontró placentero el oír de Cristo, el hablar de Cristo, y el leer de Cristo; pero mucho mejor será ver a Cristo con sus propios ojos, y para siempre. "Más vale vista de ojos, que deseo que pasa"(Eclesiastés 6:9). ¿Y por qué todo esto? Simplemente, porque le ama.
       Estas son las características por las cuales se descubre el verdadero amor. Son simples, y fáciles de entender. Quizá tu hijo estaba en el ejército cuando surgió el motín de la India o la guerra de Crimea; y tuvo que tomar parte muy activa en algunas de estas contiendas. ¿No te acuerdas de cuán profundos, ansiosos y fuertes eran tus sentimientos hacia tu hijo? ¡Ah, esto es amor!
       Quizás sepas por experiencia lo que es tener el esposo en la marina y separado del hogar durante meses e incluso años. ¿No vienen a tu memoria aquellos dolorosos sentimientos de separación? ¡Ah, esto es amor!
       Quizás en estos momentos tu amado hermano está en Londres para iniciar sus actividades como negociante. Por primera vez se encuentra en medio de las tentaciones de la gran ciudad. ¿Le irán bien los negocios? ¿Se abrirá camino? ¿Le verás otra vez? ¿No es cierto que estos sentimientos a menudo llenan tu corazón? ¡Ah, esto es amor!
       Quizás estás prometido, pero por diferentes causas la boda ha de aplazarse y la obligación o empleo hace que estéis separados de momento. ¿No es cierto que ella viene muy a menudo a tus pensamientos? ¿No es verdad que te gusta recibir cartas suyas y noticias de ella? ¿No es cierto que suspiras por verla de nuevo? ¡Ah, esto es amor!
       Hablo de experiencias que son muy familiares a todos, y no es necesario que me extienda sobre ellas. Todo el mundo las sabe y comprende. Difícilmente podríamos encontrar una rama de la familia de Adán que ignorara lo que es el afecto y el amor. Por consiguiente que no se diga que el creyente  no puede saber si ama o no a Cristo. Puede saberse; las pruebas están ahí delante. El amor al Señor Jesús no es un secreto escondido, o algo que está por las nubes. Es como la luz, se ve; es como el sonido, se oye; es como el calor, se siente. Si existe, el amor no puede esconderse. Si no puede verse, estad ciertos de que no existe.
   

sábado, 19 de noviembre de 2011

¿ME AMAS? (Juan 21:16) - Parte 2

       Este amor a Cristo es el compañero inseparable de la fe salvadora. La fe de los diablos es una fe desprovista de amor, y también la fe que es tan sólo intelectual; pero la fe que salva va acompañada del amor. El amor no puede usurpar el oficio de la fe: no puede justificar, ni unir el alma a Cristo, ni traer paz a la conciencia. Pero allí donde hay verdadera fe, habrá también amor a Cristo. La persona que ha sido verdaderamente perdonada, es una persona que realmente ama (Lucas 7:47). Si una persona no tiene amor a Cristo, podéis estar ciertos de que no tiene verdadera fe.
       El amor a Cristo es la fuente del servicio cristiano. Poco haremos por la causa de Cristo si nos movemos impulsados por el simple sentido de la obligación, o por el conocimiento de lo que es justo y recto. Antes de que las manos se muevan, el corazón ha de estar interesado. La excitación puede galvanizar las manos del cristiano para una actividad caprichosa y espamódica, pero sin amor no se producirá una perseverancia contínua  en el obrar bien ni en la labor misionera. La enfermera puede desempeñar correctamente sus cuidados facultativos y atender al enfermo con solicitud; pero aún así, hay una gran diferencia entre sus cuidados y los que prodigará la esposa al esposo enfermo, o la madre al hijo que está en peligro de muerte. Una obra por el sentido de la obligación, mientras que la otra obra impulsada por el afecto y el amor; una desempeña su labor por la paga que percibe, la otra obra según los impulsos del corazón. Y es así también en lo que respecta al servicio cristiano. Los grandes obreros de la Iglesia, los que han dirigido avances claves en el campo misionero y han vuelto el mundo al revés, todos se han distinguido por el intenso amor hacia Cristo.
       Examinad las vidas de Owen, Baxter, Rutherford, George Herbert, Leighton, Hervey, Whitefield, Wesley, Henry Martin, Hudson, McCheyne, y otros muchos. Todos estos hombres han dejado su huella en el mundo. ¿Y cuál era la característica común de sus vidas? Todos amaban a Cristo. No sólo guardaron un credo, sino que, por encima de todo, amaron la Persona del Señor Jesucristo.
       El amor a Cristo debería ser el tema básico en la instrucción religiosa del niño. La elección, la justicia imputada, el pecado original, la justificación, la santificación, e incluso la fe, son doctrinas que a menudo causan confusión al niño de tierna edad. Pero el amor a Jesús es algo más al alcance  de su entendimiento. El que Jesús le amó incluso hasta la misma muerte y que él debe corresponder con su amor, es un credo que se amolda a su horizonte mental. Cuán ciertas son las palabras de la Escritura: "¡De la boca de los niños y de los que maman, perfeccionaste la alabanza!"(Mateo 21:16). Hay miles de cristianos que conocen todos los artículos del credo de Atanasio, de Niceia y del Apostólico, y que sin embargo tienen menos conocimiento de lo que es el cristianismo real que un niño pequeño que sólo sabe que ama a Cristo.
       El amor a Cristo constituye el punto donde convergen todos los creyentes de la Iglesia visible de Cristo. En el amor no hay desacuerdo entre episcopales y presbiterianos, bautistas o independientes, calvinistas o arminianos, metodistas o luteranos; en el amor todos convergen. A menudo discrepan entre sí sobre formas y ceremonias, gobierno eclesiástico y modos de culto. Pero en un punto, por lo menos, están de acuerdo; todos experimentan un sentimiento común hacia Aquel en quien han depositado su esperanza de salvación. "Aman al Señor Jesús con sinceridad"(Efesios 6:24). Muchos de estos creyentes ignoran la teología sistemática y sólo de una manera muy pobre podrían argumentar en defensa de su credo. Pero todos testifican de lo que sienten hacia Aquel que murió por sus pecados. "No puedo hablar mucho por Cristo" - dijo una cristiana viejecita e ignorante al doctor Chalmers, y añadió: "Pero si bien no puedo hablar por Él, ¡podría morir por Él!"
       El amor a Cristo será la característica distintiva de todas las almas salvas en el cielo. Aquella multitud que nadie podrá contar, será de un solo corazón. Las viejas diferencias desaparecerán bajo un mismo sentimiento. Las viejas peculiaridades doctrinales, tan terriblemente disputadas en la tierra, serán cubiertas bajo un mismo sentimiento de deuda y gratitud a Cristo. Lutero y Zwinglio ya no tendrán más disputas. Wesley y Toplady ya no perderán más tiempo en controversia. Los creyentes ya no se comerán ni se devorarán unos a otros. Todos se unirán en un mismo sentir, en un mismo corazón y en una misma voz, en aquel himno de alabanza: "Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén" (Apocalipsis 1:5-6).
       Las palabras que Juan Bunyan (libro El Peregrino) pone en los labios de Firme al llegar éste junto al río Muerte, son muy preciosas. "Este río - nos dice -, ha sido el terror de muchos, y también para mí, el pensamiento del mismo ha sido a menudo motivo de espanto. Pero ahora permanezco sereno: mis pies descansan sobre el mismo lugar donde descansaron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca al pasar el Jordán. Ciertamente las aguas son amargas al paladar y frías al estómago, sin embargo, el pensamiento del lugar a donde voy, y la comitiva que me espera a la otra orilla, son como llama ardiente en mi corazón. Ahora ya me veo al final de la jornada: mis días de labor ya han terminado. Voy a ver aquella Cabeza que fue coronada de espinas, y aquel Rostro que por mí fue escupido. Hasta aquí he vivido por el oír de la fe, pero ahora voy a un lugar donde viviré por la vista, y moraré con Aquel en cuya compañia se deleita mi alma. He amado oír hablar de mi Señor, y allí donde he visto la huella de su pie, allí he dejado también tener el mío. Su nombre me ha sido como un estuche de algalia, y más dulce que todos los perfumes. Su voz me ha sido sumamente dulce, y "¡más que los que desean el sol, he deseado yo la luz de su rostro!" ¡Felices los que tienen una esperanza semejante! Quien desee estar preparado para el cielo, debe conocer algo del amor de Cristo. Al que muere ignorante de este amor, mejor le habría sido no haber nacido.

martes, 15 de noviembre de 2011

¿ME AMAS? (Juan 21:16) - Parte 1

      Esta pregunta fue dirigida por el Señor Jesús al apóstol Pedro. Una pregunta más importante que ésta no puede hacerse. Han pasado casi veinte siglos desde que se pronunciaron estas palabras, pero aun hoy en día la pregunta es altamente provechosa y escudriñadora. La disposición para amar a alguien constituye uno de los sentimientos más comunes que Dios ha implantado en la naturaleza humana. Desgraciadamente, la gente con demasiada frecuencia vuelca sus afectos sobre objetos que no son dignos, ni valen la pena. En este día quiero reclamar un lugar en nuestros afectos para la única Persona que es digna de los mejores sentimientos de nuestro corazón; el Señor Jesús, la Persona Divina que nos amó y se dio a sí mismo por nosotros. Entre todos nuestros afectos no nos olvidemos de AMAR A CRISTO.
      Este no es un tema para meros fanáticos o entusiastas, sino que merece la atención de todo cristiano que cree en la Biblia. Nuestro camino de salvación está estrechamente ligado al mismo. La vida o la muerte, el cielo o el infierno, dependen de la respuesta que demos a la pregunta sencilla y simple de: "¿AMAS A CRISTO?"

1-   El sentimiento peculiar que el cristiano verdadero siente hacia Cristo: le ama.

       El verdadero cristiano no lo es por el solo hecho de haber sido bautizado; lo es por una razón más profunda. No lo es, tampoco, por el hecho de que un día a la semana, y por rutina, asiste a los cultos de alguna iglesia o capilla y el resto de la semana vive como si no hubiera Dios. El formalismo no es cristianismo. Un culto ciego y una adoración rutinaria no constituyen la verdadera religión. A este propósito, la Biblia nos dice: "Porque no todos los que son de Israel son israelitas"(Romanos 9:6). La lección práctica que podemos aprender de estas palabras es bien clara y evidente: no todos los que son miembros de la Iglesia visible de Cristo, son verdaderos cristianos.
        La religión del verdadero cristiano está en su corazón y en su vida; es algo que siente en su corazón, y que otros pueden ver en su vida y conducta. Ha reconocido su pecaminosidad y culpabilidad, y se ha arrepentido. Ha visto en Jesucristo al Divino Salvador que su alma necesita y se ha entregado a Él. Ha dejado el viejo hombre con sus hábitos carnales y depravados y se ha revestido del nuevo hombre "criado segun Dios en la justicia y santidad de la verdad"(Efesios 4:24). Ahora vive una vida nueva y santa, y habitualmente lucha contra el mundo, la carne y el diablo. Cristo mismo es el fundamento. Preguntadle en qué confía para el perdón de sus muchos pecados, y os contestará: "En la muerte de Cristo". Preguntadle en que justicia confía ser declarado inocente en el día del juicio, y os responderá: "En la justicia de Cristo". Preguntadle cuál es el ejemplo tras el cual se afana para conformar su vida, y os dirá: "El ejemplo de Cristo".
        Pero por encima de todas estas cosas, hay algo que es verdaderamente peculiar en el cristiano; y este algo es su AMOR a Cristo. El conocimiento bíblico, la fe, la esperanza, la reverencia, la obediencia, son rasgos distintivos en el carácter del verdadero cristiano. Pero resultaría pobre esta descripción si se omitiera el AMOR hacia su Divino Maestro. No sólo conoce, confía y obedece, sino que también AMA.
        El rasgo distintivo del verdadero cristiano lo encontramos mencionado varias veces en la Biblia. La expresión "fe en el Señor Jesucristo", es bien conocida de muchos cristianos. Pero no olvidemos que en la Escritura se nos menciona el amor en términos casi tan fuertes. El peligro del que "no cree" es grande, pero el peligro del que "no ama" es igualmente grande. Tanto el no creer como el no amar constituyen sendos peldaños hacia la ruina eterna.
       Oíd las palabras del apóstol Pablo a los corintios: "El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema" (maldito) (1ª Corintios 16:22). Según Pablo no hay posibilidad de salvación para el hombre que no ama al Señor Jesucristo; sobre este punto el Apóstol no admite ningún paliativo o excusa. Una persona puede no tener nociones muy claras, y aún así salvarse; puede faltarle el valor y ser presa del temor, pero aun así, como Pedro, salvarse. Puede caer terriblemente, como David, pero sin embargo levantarse otra vez. Pero si una persona no ama a Cristo, no está en el camino de la vida; la maldición todavía está sobre él; camina por el "sendero ancho" que lleva a la condenación (Mateo 7: 13-14).
       Oíd lo que el apóstol Pablo dice a los efesios: "La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable" (Efesios 6:24). En estas palabras el Apóstol expresa sus buenos deseos y su buena voluntad hacia todos los verdaderos cristianos. Sin duda alguna, a muchos de estos no les había visto nunca. Es de suponer que muchos de estos cristianos en las iglesias primitivas, eran débiles en la fe, en el conocimiento y en la abnegación. ¿Con qué palabras designará el Apóstol a los tales? ¿Qué palabras usará para no desalentar a los hermanos débiles? Pablo escoge una expresión general que exactamente describe a todo cristiano verdadero bajo un nombre común. No todos habían alcanzado el mismo grado en doctrina o en práctica, pero todos amaban a Cristo con sinceridad.
       Oíd lo que el mismo Señor Jesús dice a los judíos: "Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais" (Juan 8:42). Vio como sus extraviados enemigos estaban satisfechos con su condición espiritual por el hecho de que, según la carne, eran descendientes de Abraham. Vio a estos judíos-como hoy ve a muchos ignorantes que profesan ser cristianos-que por el mero hecho de haber sido circuncidados y pertenecer al pueblo judío, ya se consideraban hijos de Dios. Jesús establece el principio general de que nadie es hijo de Dios, a menos que ame al Unigénito Hijo de Dios. Muchos que profesan ser cristianos harían bien en recordar que este principio se aplica tanto a ellos como a los judíos. Si no hay amor a Cristo, no hay filiación divina.
       Por tres veces el Señor Jesús, después de su resurrección, dirigió al apóstol Pedro la misma pregunta: "Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?" (Juan 21:15-17). Con dulzura el Señor Jesús quería recordar al discípulo extraviado su triple negación. Y antes de restaurarle públicamente para que alimentara a la Iglesia, el Señor exige de Pedro una nueva confesión de fe. Observemos que no le hizo preguntas como las de: "¿Crees tú?, ¿Te has convertido?, ¿Estás dispuesto a confesarme?, ¿Me obedecerás?" Sino que simplemente le preguntó: "¿Me amas?" La pregunta, en toda su simplicidad, era en extremo escudriñadora. La persona menos instruída podría entenderla; sin embargo, por simple y sencilla que fuera, era suficiente para probar la realidad de la profesión de fe del apóstol más avanzado. Si una persona ama verdaderamente a Cristo, su condición espiritual es satisfactoria.
       ¿Deseáis saber la razón por la cual el cristiano verdadero muestra estos sentimientos peculiares hacia Cristo, y por los cuales tanto se distingue? En las palabras de Juan la tenemos expresada: "Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero" (Juan 4:19). El versículo, sin duda alguna, se refiere a Dios el Padre, pero no es menos cierto de Dios el Hijo.
       El cristiano verdadero ama a Cristo por todo lo que ha hecho por él. Éste ha sufrido en su lugar y muerto por él en la cruz. Con su sangre lo ha redimido de la culpa, del poder, y de las consecuencias del pecado. A través de Su Espíritu Santo lo llamó, e hizo que se arrepintiera, creyera en Cristo y viviera una vida de esperanza y santidad. Cristo ha borrado y perdonado todos sus pecados; lo ha librado del cautiverio del mundo, de la carne, y del diablo; lo arrebató del borde mismo del infierno, y lo puso en el estrecho sendero que conduce al cielo. En vez de tinieblas le ha dado luz; en vez de incertidumbre, esperanza; en lugar de muerte, vida. ¿Te maravilla, pues, que el verdadero creyente ame a Cristo?
       Y le ama, además, por todo lo que todavía hace por él. El creyente sabe que diariamente Cristo le perdona sus faltas y cura sus enfermedades, e intercede por su alma delante de Dios. Diariamente suple las necesidades de su alma y le provee de gracia y misericordia a cada instante. A través de Su Espíritu le guía a la ciudad con fundamento y le sostiene en la debilidad y la ignorancia. Cuando tropieza y cae, lo levanta y defiende de todos sus enemigos. Y todo esto mientras le prepara un hogar eterno en el cielo (Juan 14:2). ¿Te sorprende, pues, que el verdadero creyente ame a Cristo?
       ¿No crees que la persona que por sus deudas ha estado en la cárcel, amará al amigo que, de una manera inesperada y sin merecerlo, ha pagado todas sus deudas y lo ha hecho su socio? No crees que el prisionero de guerra amará a la persona que, con riesgo de su propia vida, se infiltró entre las filas enemigas y le libertó? ¿No crees que el marino que estuvo a punto de ahogarse amará a la persona que se lanzó al mar desafiando el peligro y con gran esfuerzo lo libró de una muerte segura? Incluso un niño podría contestar a estas preguntas. Pues de la misma manera, y bajo los mismos principios, el verdadero cristiano ama al Señor Jesús.