jueves, 9 de febrero de 2012

Pensamiento: "Sabio es aquel que acepta ser guiado y enseñado por el Espíritu de Dios".

Los Atributos de Dios - Libro de A.W.Pink -Parte 1

       "Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien" (Job 22:21). "Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová" (Jeremías 9:23-24).

       El salvífico conocimiento espiritual de Dios es la mayor de las necesidades de toda criatura humana. El fundamento de cualquier conocimiento verdadero de Dios ha de ser clara comprensión de sus perfecciones, tales como se revelan en la Sagrada Escritura. No podemos servir ni adorar a un Dios desconocido, ni depositar nuestra confianza en Él. Necesitamos algo más que un conocimiento teórico de Dios. El alma solo conoce verdaderamente a Dios cuando se rinde a Él, cuando se somete a su autoridad, y cuando los preceptos y mandamientos divinos regulan todos los detalles de su vida. "Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová" (Oseas 6:3). "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá" (Juan 7:17). "Mas el pueblo que conoce a su Dios, se esforzará" (Daniel 11:32).

La soledad de Dios-

       El título de este capítulo quizá no sea lo suficientemente explícito para indicar su tema. Ello se debe, en parte, a que muy pocas personas están acostumbradas en la actualidad a meditar acerca de las perfecciones personales de Dios. Relativamente pocos de aquellos que leen la Biblia ocasionalmente saben de la grandeza del carácter divino, que inspira temor e incita a la adoración. Que Dios es grande en sabiduría, maravilloso en poder y, sin embargo, está lleno de misericordia, a muchos les parece casi del dominio público; pero tomar en consideración lo que pudiera ser un conocimiento adecuado de su Ser,, su Naturaleza y sus Atributos, tales como se revelan en la Sagrada Escritura, es cosa que poquísimas personas han alcanzado en estos degenerados tiempos. Dios es único en su excelencia. "¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?" (Éxodo 15:11).
       "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Génesis 1.1). Hubo un tiempo (si "tiempo" puede llamársele) cuando Dios, en la unidad de su naturaleza (aunque existiendo igualmente en tres personas divinas), habitaba solo. "En el principio...Dios". Aún  no había Cielo (donde ahora se manifiesta particularmente su gloria); no había Tierra que ocupara su atención; ni había ángeles que cantaran sus alabanzas; ni universo que se sostuviese por la palabra de su poder; no había nada ni nadie, sino solo Dios. Y esto, no durante un día, ni un año, ni una época, sino "desde el siglo". Durante toda una eternidad pasada, Dios estuvo solo: completo, suficiente, satisfecho en sí mismo, no necesitando nada. Si de algún modo hubiera tenido necesidad de un universo, o de ángeles o seres humanos, los hubiese llamado a la existencia desde toda la eternidad. Estos nada añadieron esencialmente a Dios cuando Él los creó. Él no cambia (Malaquias 3:6), por lo que su gloria sustancial no se puede aumentar ni disminuir.
       Dios no estaba bajo coacción, obligación o necesidad alguna de crear. El que quisiera hacerlo fue puramente un acto soberano de su parte: no producido por nada fuera de sí mismo, ni determinado por cosa alguna sino por su propia buena voluntad, ya que Él "hace todas las cosas según el designo de su voluntad" (Efesios 1:11), Él creó simplemente para manifestar su gloria. ¿Cree alguno de nuestros lectores que hemos ido más allá de lo que nos autoriza la Escritura? Entonces, nuestra apelación será a la Ley y al Testimonio: "Levantaos, bendecid a Jehová vuestro Dios desde la eternidad hasta la eternidad: y bendígase el nombre tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y alabanza" (Nehemías 9:5). Dios no sale ganando nada ni siquiera con nuestra adoración. Él no necesitaba esa gloria externa de su gracia que procede de sus redimidos, porque es suficientemente glorioso en sí mismo sin ella. ¿Qué fue lo que le movió a predestinar a sus elegidos para la alabanza de la gloria de su gracia? Fue - como nos dice Efesios 1:5 - "el puro afecto de su voluntad".
       Sabemos que el elevado terreno que estamos pisando es nuevo y extraño para casi todos nuestros lectores; por esta razón, haremos bien en movernos con cautela. Recurramos de nuevo a las Escrituras. Al final de Romanos 11, donde el Apóstol concluye su larga argumentación acerca de la salvación por la pura y soberana gracia, pregunta: "Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado?" (versículos 34, 35). La importancia de esto es que resulta imposible someter al Todopoderoso a obligación alguna hacia la criatura. Dios no sale ganando nada con nosotros. "Si fueres justo, ¿qué le darás a Él? ¿O qué recibirá de tu mano? Al hombre como tú dañará tu impiedad, y al hijo del hombre aprovechará tu justicia" (Job 35:7,8), pero tu justicia no puede, en verdad, afectar a Dios, quien es bendito en sí mismo. "Cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decir: Siervos inútiles somos" (Lucas 17:10); nuestra obediencia no le ha aprovechado a Dios en absoluto.
       Es más, Nuestros Señor Jesucristo no añadió nada al ser y a la gloria esenciales de Dios, ni por lo que hizo, ni por lo que sufrió. Es verdad, bendita y gloriosa verdad, que nos manifestó la gloria de Dios, pero no añadió nada a Dios. Él mismo lo declara explícitamente y sin apelación posible al decir: "Mi bien a ti no aprovecha" (Salmo 16:2 RV1909). Todo este salmo es de Cristo. La bondad o la justicia de Cristo aprovechó a sus santos en la Tierra (Salmo 16:3), pero Dios estaba por encima y más allá de todo ello, pues es "el bendito" (Marcos 14:61).
       Es absolutamente cierto que los hombres honran o deshonran a Dios; no en su ser sustancial, sino en su carácter oficial. Y es igualmente cierto que Dios ha sido "glorificado" por la creación, la providencia y la redención. Esto no lo negamos, ni nos atreveríamos a hacerlo. Pero todo ello tiene que ver con su gloria manifestada, y nuestro reconocimiento de ella. Con todo, si Dios así lo hubiera deseado, habría podido continuar solo por toda la eternidad, sin dar a conocer su gloria a criatura alguna. El que no lo haya hecho, fue únicamente su decisión soberana. Él era perfectamente bendito en sí mismo antes de que la primera criatura fuera llamada a la vida. ¿Y qué son para Dios aun ahora todas las obras de sus manos? Dejemos otra vez que la Escritura conteste: "He aquí que las naciones le son como una gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo. Ni el Líbano bastará para el fuego, ni todos sus animales para el sacrificio. Como nada son todas las naciones delante de Él; en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis? (Isaías 40:15-18).
       Este es el Dios de la Escritura. Sí, aún es "el Dios no conocido" (Hechos 17:23) para las multitudes descuidadas. "Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; Él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar. Él convierte en nada los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana" (Isaías 40:22-23). ¡Cuán infinitamente distinto es el Dios de la Escritura del "dios" del púlpito habitual!
       El testimonio del Nuevo Testamento no difiere en nada del que hallamos en el Antiguo. No podría ser de otro modo, teniendo ambos el mismo Autor. También ahí leemos: "La cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de Reyes, y Señor de Señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver; al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén." (1 Timoteo 6:15-16). Al tal debe reverenciarse, glorificarse y adorarse. Él está solo en su majestad, en único en su excelencia, incomparable en sus perfecciones...Él lo sostiene todo, pero, en sí mismo, es independiente de todas las cosas. Él da a todos, pero no es enriquecido por nadie.
       A un Dios así no se le puede conocer mediante la investigación, sino solo cuando el Espíritu Santo lo revela al corazón, por medio de la Palabra. Es verdad que la creación revela a un Creador, y que los hombres resultan totalmente "inexcusables"; sin embargo, aún tenemos que decir como Job: "He aquí, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos; ¡Y cuán leve es el susurro que hemos oído de Él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?" (26:14). Creemos que el llamado argumento según designio, usado por algunos "apologistas" sinceros, ha producido mucho más daño que beneficio, ya que se ha intentado rebajar al gran Dios al nivel de la comprensión finita y, de este modo, se ha perdido de vista su excelencia única.
       Se ha hecho una analogía con el salvaje que encuentra un reloj en la selva, y quien, después de un examen detenido del mismo, deduce que existe un relojero. Hasta aquí está muy bien. Pero intentemos ir más lejos: supongamos que el salvaje trata de formarse una idea de ese relojero, de sus afectos personales y maneras, de su disposición,  sus conocimientos y su carácter moral, todo lo que - en conjunto - forma una personalidad. ¿Podría nunca concebir o imaginar a un hombre real - el hombre que hizo el reloj - y decir: "yo lo conozco"? Tal pregunta parece fútil, ¿pero está el Dios eterno e infinito mucho más al alcance de la razón humana que ese relojero del salvaje? Ciertamente no. Al Dios de la Escritura solo lo puedes conocer aquellos a los cuales Él mismo se da a conocer.
       Tampoco el intelecto puede conocer a Dios: "Dios es Espíritu" (Juan 4:24) y, por tanto, solo se le puede conocer espiritualmente. El hombre caído no es espiritual, sino carnal: está muerto a todo lo que es espiritual. A menos que nazca de nuevo, que se le traslade sobrenaturalmente de la muerte a la vida - se le lleve milagrosamente de las tinieblas a la luz -, no puede siquiera ver las cosas de Dios (Juan 3:3), mucho menos entenderlas (1 Coríntios 2:14). El Espíritu Santo ha de resplandecer en nuestros corazones - no en el intelecto - para darnos "el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2 Coríntios 4:6). Y aun el conocimiento espiritual es solamente fragmentario: el alma regenerada ha de crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2 Pedro 3:18).
       La oración y el propósito principales de los cristianos han de serl el "andar como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios" (Colosenses 1:10).