martes, 17 de enero de 2012

Parábola: El amor de 1ª de Coríntios 13

       Era un día de sábado. Pedro llegó a su taller a las 8 en punto; quitó la ropa y vistió su mono de trabajo, y empezó luego a trabajar, pues tenía muchos coches para arreglar.
       Trabajó incansablemente unas dos horas seguidas, y sólo cuando el reloj marcó las 10 él dejó su trabajo para comerse su almuerzo.
       Mientras comía su bocadillo, puso la radio y buscó algo interesante para oír. No le gustaban las canciones modernas que se hacían  últimamente, pero al conectar a una emisora oyó una canción que le tocó profundamente el corazón. La voz del cantante decía: " Jesús está aquí, ven a Él. Él quiere ser tu amigo, y te ama con profundo amor. Si le buscas Él no te rechazará. Ven a Él, ven a Él. Él nunca te dejará, y su unción estará sobre ti. Jesús te está esperando, ven a Él, ven a Él..."
       Luego en seguida, al terminar la canción, Pedro oyó la voz de un hombre que decía cosas maravillosas que le conmovió en gran manera; el hombre hablaba del amor. Le encantó su manera de expresarse, "era muy elocuente".
       - Ese hombre tiene un carisma especial; me gustaría conocerle personalmente, dijo Pedro.
       Al final de la predicación dijeron la dirección de la iglesia dónde aquél hombre predicaba. Pedro apuntó rápidamente en su mano. ¡Qué raro se sentía, estaba muy emocionado; parecía que su corazón iba a salir por su boca!
       El domingo, se levantó temprano, se afeitó y se duchó, y vistió su mejor traje; y se fue a buscar la iglesia. El culto todavía no había empezado. Pedro miró toda aquella gente a la puerta esperando, pero nadie se le acercó para saludarle. ¡No importa, yo vine para conocer ese pastor que habla tan bien! Además, nadie aquí me conoce, por eso no me han hablado aún...pensó Pedro.
       Se abrió la puerta, entraron todos y buscaron los mejores lugares. Pedro se mantuvo de pie hasta que toda la gente se acomodara; y se sentó detrás, en la última fila.
       ¡Realmente es fantástico! Se dijo a sí mismo en voz baja, cuando el pastor empezó a predicar.
       Terminó el culto; la gente formó grupitos y se abrazaban, se besaban, y se reían unos con otros, y nadie se percató de su presencia, aunque fuera solamente por curiosidad de conocer aquél solitario visitante...
        Al ver al pastor solo, Pedro se aproximó y se presentó: "Usted es el predicador de la radio, ¿verdad? ¡Mucho gusto en conocerle! Y tendió su mano, esperando recibir aquel toque tan anhelado como una señal de aceptación y a la vez tan natural entre dos personas civilizadas. Pero su mano se quedó en el aire... El pastor le miró de arriba abajo, dio media vuelta y se fue a hablar con sus feligreses.
       Pedro se sintió avergonzado; tenía la cara colorada como un tomate maduro. Salió de la iglesia como si estuviera siendo perseguido por mil demonios. Su cuerpo le dolía como si hubiera sido apaleado; su rostro quemaba de la vergüenza que había sentido al ser rechazado. Entonces, vino a su memoria todo lo que había escuchado a través de la radio en su taller. Hablaban del amor. Y recordó un versículo que decía: "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe..." (1ª de Coríntios 13:1).

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