sábado, 28 de enero de 2012

Ponga una reja en tu corazón

       Otro día estuve meditando sobre la obra de Dios en la creación, especialmente en lo que se refiere al cuerpo humano, que sabemos que fue creado por Dios, del polvo de la tierra; "Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Génesis 2:7); y pensé: ¿Por qué será que Dios, en Su infinita sabiduría hizo algunos órganos de nuestro cuerpo en duplicidad, como los riñones,  los pulmones, los ovarios...e hizo solamente un hígado, un útero, un estómago, y un corazón? Creo que los órganos que tenemos sólo uno deben ser más cuidados y más protegidos, porque uno puede vivir con sólo un ovario, o un riñón, pero no podrá jamás vivir sin el estómago o el corazón. Cuando uno se enferma de estos órganos "especiales" corre el riesgo de morirse, si no hay "suerte" de encontrar un donante compatible de inmediato. Algunos órganos, como el hígado se regenera después de haber sido extirpada la parte dañada y enferma. He recibido ésta lección cuando tuve que ser operada y me quitaron la vesícula. Antes yo no me preocupaba tanto con mi salud como lo hago ahora; comía en exceso cosas fritas, bollos, azúcar, chocolate y sal, y ahora tengo que cuidar y controlar más mi alimentación, por la salud de mi hígado, siendo que ya no tengo la vesícula biliar, que es un saquillo membranoso del sistema digestivo que contiene la bilis producida por el hígado y que se vacía durante la digestión.
       Pensé también como Dios ha puesto una protección especial para algunos órganos importantes y sensibles como el corazón y los pulmones, que son las costillas, que os protege como una reja. Los pulmones son muy sensibles, y sin ellos no podríamos respirar, y es a través de ellos que el aire que respiramos oxigena nuestra sangre. El corazón es el órgano más importante de todos, porque es él que nos mantiene vivos (físicamente); cuando él deja de latir, nos morimos; nadie vive sin un corazón. Yo enfaticé "físicamente" porque sabemos que es Dios quién nos da la vida y la mantiene, por su gracia, pues nuestra vida está en Sus manos, y Él ya tiene contados todos nuestros días aquí en la tierra, y sólo Él puede quitárnosla; "pues aun vuestros cabellos están todos contados" (Mateo 10:30), dice el Señor.
       Dios nos enseña en Su palabra, "sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida" (Proverbios 4:23). El corazón es como un cofre donde guardamos nuestros objetos de valor; y es en el corazón que debemos atesorar los mandamientos y las enseñanzas de Jesús. María, la madre de Jesús, meditaba y guardaba "en su corazón" las profecías y todo lo que oía acerca de su Hijo Jesús; podemos leerlo en Lucas 2:19,51). En Proverbios 3:1 dice: "Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos; porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán".
       Cuando alguien que no conocemos toca a nuestra puerta, ¿qué hacemos? ¿La abrimos sin cerciorarnos quién está a la puerta? Y si es una persona extraña, ¿le invitamos a entrar en nuestro hogar? ¡Por supuesto que no! En tiempos tan peligrosos como el en que estamos viviendo hoy no podemos confiar demasiado, porque hay mucha maldad y violencia en el mundo. Ya no podemos vivir confiadamente, con las puertas abiertas como lo hacíamos antiguamente. Sabemos que nuestra seguridad está únicamente en Cristo Jesús, porque Él es nuestra Roca, nuestro Refugio, nuestra Fortaleza, nuestra única protección. No debemos abrir la puerta de nuestro corazón y permitir que en él entre sentimientos que no agradan a Dios. Los malos sentimientos provienen de los malos pensamientos, que son enviados por nuestro enemigo Satanás y también por nuestra carne. El corazón es un órgano muscular que impulsa la sangre a todo el cuerpo a través del sistema circulatorio; la sangre circula desde la cabeza hasta los pies, y elimina las toxinas que son sustancias venenosas producidas por el cuerpo de los seres vivos. Podemos decir que el odio, el rencor, la amargura, el enojo, la envidia, la ira, etc., son toxinas "anímicas", que en un principio son pequeñas semillas, pero si no son arrancadas a tiempo, antes que crezcan, se transforman en grandes árboles con raíces profundas. Esos sentimientos son dañinos, y son como los "ocupas"; personas que viven de forma ilegal en una vivienda, o en un local que no es de su propiedad. Los "ocupas" no cuidan de lo que no es suyo; suelen destrozar todo, y roban lo que pueden llevar; además  después que entran en un lugar, es muy difícil  sacarlos. Así también son los sentimientos "ocupas": roban y destruyen tu paz, el amor y el respeto de tu familia, de tus amigos, y principalmente de tus hermanos en Cristo. Las únicas llaves que abren la puerta del corazón ocupado por los "ocupas", y los echa fuera es el amor y el perdón mutuo. Por eso es tan importante que perdonemos a los que nos hacen daño, y que pidamos a Jesús que nos llene de su amor y misericordia hacia nuestros semejantes. "Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros,  así también haced vosotros con ellos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también  los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quien esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso" (Lucas 6:27-36). Busquemos ser cada vez más semejantes a Jesús, tener su carácter, y actuar como Él actuaba cuando estaba en el mundo. Nuestro corazón debe estar limpio, pues es la morada y el templo del Espíritu Santo de Dios. Y no nos olvidemos, "bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8). Sé que es una tarea difícil, pero tenemos un Dios Todopoderoso que nos ayuda en nuestras debilidades; sólo tenemos que llevar todo pensamiento cautivo a Cristo Jesús. Amén. Dios os bendiga.

martes, 17 de enero de 2012

Parábola: El amor de 1ª de Coríntios 13

       Era un día de sábado. Pedro llegó a su taller a las 8 en punto; quitó la ropa y vistió su mono de trabajo, y empezó luego a trabajar, pues tenía muchos coches para arreglar.
       Trabajó incansablemente unas dos horas seguidas, y sólo cuando el reloj marcó las 10 él dejó su trabajo para comerse su almuerzo.
       Mientras comía su bocadillo, puso la radio y buscó algo interesante para oír. No le gustaban las canciones modernas que se hacían  últimamente, pero al conectar a una emisora oyó una canción que le tocó profundamente el corazón. La voz del cantante decía: " Jesús está aquí, ven a Él. Él quiere ser tu amigo, y te ama con profundo amor. Si le buscas Él no te rechazará. Ven a Él, ven a Él. Él nunca te dejará, y su unción estará sobre ti. Jesús te está esperando, ven a Él, ven a Él..."
       Luego en seguida, al terminar la canción, Pedro oyó la voz de un hombre que decía cosas maravillosas que le conmovió en gran manera; el hombre hablaba del amor. Le encantó su manera de expresarse, "era muy elocuente".
       - Ese hombre tiene un carisma especial; me gustaría conocerle personalmente, dijo Pedro.
       Al final de la predicación dijeron la dirección de la iglesia dónde aquél hombre predicaba. Pedro apuntó rápidamente en su mano. ¡Qué raro se sentía, estaba muy emocionado; parecía que su corazón iba a salir por su boca!
       El domingo, se levantó temprano, se afeitó y se duchó, y vistió su mejor traje; y se fue a buscar la iglesia. El culto todavía no había empezado. Pedro miró toda aquella gente a la puerta esperando, pero nadie se le acercó para saludarle. ¡No importa, yo vine para conocer ese pastor que habla tan bien! Además, nadie aquí me conoce, por eso no me han hablado aún...pensó Pedro.
       Se abrió la puerta, entraron todos y buscaron los mejores lugares. Pedro se mantuvo de pie hasta que toda la gente se acomodara; y se sentó detrás, en la última fila.
       ¡Realmente es fantástico! Se dijo a sí mismo en voz baja, cuando el pastor empezó a predicar.
       Terminó el culto; la gente formó grupitos y se abrazaban, se besaban, y se reían unos con otros, y nadie se percató de su presencia, aunque fuera solamente por curiosidad de conocer aquél solitario visitante...
        Al ver al pastor solo, Pedro se aproximó y se presentó: "Usted es el predicador de la radio, ¿verdad? ¡Mucho gusto en conocerle! Y tendió su mano, esperando recibir aquel toque tan anhelado como una señal de aceptación y a la vez tan natural entre dos personas civilizadas. Pero su mano se quedó en el aire... El pastor le miró de arriba abajo, dio media vuelta y se fue a hablar con sus feligreses.
       Pedro se sintió avergonzado; tenía la cara colorada como un tomate maduro. Salió de la iglesia como si estuviera siendo perseguido por mil demonios. Su cuerpo le dolía como si hubiera sido apaleado; su rostro quemaba de la vergüenza que había sentido al ser rechazado. Entonces, vino a su memoria todo lo que había escuchado a través de la radio en su taller. Hablaban del amor. Y recordó un versículo que decía: "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe..." (1ª de Coríntios 13:1).

jueves, 5 de enero de 2012

El puzzle

      La familia de Dios en Cristo Jesús se puede comparar a un puzzle, o rompecabezas, que es un juego de varias piezas, que consiste en recomponer una figura, combinando de manera correcta unas determinadas piezas que se acoplan una a la otra, y en cada una de las cuales hay una parte de dicha figura para formar un paisaje, un diseño de una persona, animal o cosa, etc. Todas las personas que el Señor coloca en nuestras vidas, en nuestros caminos, son muy importantes y están dentro de Su perfecto plan.
       En todo puzzle hay piezas preciosas, de hermosos colores, luminosos, pero hay también piezas oscuras, feas e insignificantes a nuestro ver,  pero que en realidad no lo son, pues todo diseño necesita de la claridad, de los colores vivos y bonitos como el azul, el rojo, el amarillo, mas  necesitan también del negro, del marrón, que son colores no muy favorecidos. Esos colores feos e insignificantes son componentes importantes en el diseño de una sombra;  del cielo en un día de tormentas;  de la tierra árida y seca del desierto;  de la oscuridad de una cueva...los pintores saben el valor de esos colores, pues sin ellos jamás podrían expresar su arte; ¡todo tiene su encanto! Y cuando se pierde una pieza de ese puzzle, por más insignificante que parezca ser, el juego pierde su valor, porque donde había que estar la pieza que se perdió queda un hueco imposible de rellenar.
       En el cuerpo de Cristo, que somos nosotros los que hemos creído y entregado nuestras vidas en las manos de Jesús ocurre lo mismo. Hay personas que se entregan a Jesús y le confiesan como Salvador y Señor de sus vidas, pero luego que empiezan "las pruebas", algunas apostatan de la fe y se vuelven al mundo de donde habían salido, perdiendo así su salvación. Lo peor es si eso ocurre  por causa de otro hermano en la fe, que no se porta adecuadamente y le hace de tropiezo, pues esa perdición será responsabilidad de ése "hermano". Jesús dijo en su palabra: "Imposible es que no vengan tropiezo; mas ¡ay de aquel por quien viene! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer  tropezar a uno  de estos pequeñitos" (Lucas 17:1-2). En este caso el hermano que causó eso debe humillarse e ir hacia el otro y pedirle perdón, entonces el Señor restaurará todas las cosas.
       Muchas veces ocurre que las personas que el Señor coloca en nuestro camino como "compañeros de viaje" son buenas personas, agradables, de carácter amoroso, crecidas espiritualmente, con los cuales nos hace fácil y placentero el caminar. Son de gran bendición en nuestras vidas y un ejemplo a seguir, por su buen testimonio. Pero resulta que a veces nos toca convivir con personas de mal carácter, soberbias, rencorosas, conflictivas que nos hace la vida imposible. Dios nos prueba como al oro, "con fuego", y en la mayoría de las veces no obtenemos victoria porque  miramos "al hombre" y no a Dios. Infelizmente somos incrédulos en lo que concierne los planes de Dios para nuestras vidas, porque no creemos que alguien puede ser Su instrumento en nuestro crecimiento espiritual, y nos burlamos llamándoles de "iluminados", y toda clase de apodos despreciativos. Dios nos pide que "andemos como es digno de la vocación con que fuimos llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándonos  con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuimos también llamados en una misma esperanza de nuestra vocación" (Efésios 4:1-4). Y a lo largo de nuestras vidas los daños que hemos recibido, y también los que hemos hecho a los demás se transforman muchas veces en traumas difíciles de superar y de borrar; y cuando eso ocurre buscamos a los psicólogos y a los psiquiatras para ayudarnos a superar o mitigar ese dolor que tenemos en el alma. Sería mucho más fácil si cada uno reconociera su pecado, se arrepintiera y pidiera perdón al que ha agraviado, porque creo que el que tiene realmente al Espíritu Santo siente en su corazón cuando ha hecho algo malo e inconveniente, y reconoce que se ha equivocado. El Espíritu Santo, a través de la palabra de Dios nos redargüi de pecado, "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta" (Hebreos 4:12-13). No nos olvidemos que Dios es nuestro Padre y nuestro Creador; y que Él conoce bien todas nuestras debilidades y lo que realmente somos; jamás podremos escondernos de Su Santo Espíritu: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz. Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre" (Salmo 139:7-13). Es a Jesús que tenemos que buscar como nuestro único Consolador y Sanador.
       El Señor tiene que rebajar y pulir las piezas del puzzle, que somos nosotros, para que nos acoplemos y adaptemos bien a las otras "piezas"; y nosotros murmuramos y reclamamos cuando Dios empieza a obrar en nuestro carácter...Dios al final nos hace pasar por el "fuego de la prueba", a ver si hemos aprendido la lección, y si estamos listos para subir otro peldaño de la escalera hacia el cielo, en nuestro caminar con Él.
       Resulta muy fácil y agradable amar a los que nos aman, a los que nos tratan bien, ¿verdad? Lo grande y lo divino es conseguir amar a los enemigos, a los que no nos caen bien, a los que nos maltratan, nos persiguen...Jesús lo logró...nosotros también lo podemos "en Cristo que nos fortalece" (Filipenses 4:13). Decimos que amamos a esas personas "a pesar de todo"; queremos mostrarnos muy bondadosos y misericordiosos para que la gente nos admiren y hablen bien de nosotros; ¡ES PURA FACHADA! Somos hipócritas como los escribas y fariseos: "semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro estamos llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia" (Mateo 23:27). ¡Así lo somos! ¿Cómo podemos decir que amamos a esas personas si las rechazamos, si huimos de ellas, si procuramos tener con ellas un mínimo o casi nada de relación? ¿Cómo podemos decir que tenemos el amor de Dios en nosotros, si rechazamos a esas personas "diferentes", a esas "piezas oscuras" de nuestro puzzle? ¿Cómo sabemos que nosotros somos mejores que ellas? ¿Cómo podemos pensar que esas personas no van al cielo y creer que ya lo tenemos "ganado", si estamos todos en el mismo barco? ¿Acaso tenemos una "bola de cristal" para ver nuestro futuro espiritual? Sabemos que estamos en una escuela, y que tenemos que" perseverar hasta el final, y solamente éstos que perseveren serán salvos" (Marcos 13:13). Nosotros vivimos por fe; creemos que somos salvos por haber creído a Jesús y en Su sacrificio en la cruz del Calvario, donde Él derramó su sangre para lavarnos de nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad, pero para que eso sea efectivo es necesario que le confesemos nuestros pecados, porque: "Si confesamos nuestros pecados, Él (Jesús) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad"(1ª Juan 1:9). Nadie es mejor que nadie, ésto podemos tener certeza; hemos sido hechos de la misma materia, del "POLVO" de la tierra: "Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Génesis 2:7). Debemos concienciarnos que somos imperfectos, que tenemos muchas debilidades; que cometemos muchos errores; que nos equivocamos a cada momento, y una de nuestras debilidades es juzgar al hermano. Jesús dijo: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, sereis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido" (Mateo 7:1-2); Y: "Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga" (1ª Coríntios 10:12); Y: " El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella")Juan 8:7).
       Nosotros muchas veces actuamos como los fariseos, con hipocresía; mostramos una apariencia de piadosos por fuera, pero por dentro somos despiadados con nuestros propios hermanos en la fe. No permitimos que el Espíritu Santo haga Su obra sanadora y restauradora en nosotros porque somos incrédulos; no hemos todavía asimilado la grandeza de la obra de Jesús en la cruz del Calvario, y del amor de Dios hacia nosotros. No comprendemos por qué el Señor permite que ocurra ciertas cosas en nuestras vidas; vivimos haciéndole preguntas y exigiéndole una respuesta, como: ¿Por qué tú permites que haya dentro de la iglesia gente que haga daño a los hermanos, que ofende gratuitamente, que humilla el pueblo de Dios? Y nosotros no vemos que también hacemos lo mismo.
       Un día, en Brasil, yo estaba tocando mi guitarra en el porche de mi casa, dónde vivía con mi hermano y mi cuñada, cuando mi hermano me dijo que yo servía solamente para tocar la guitarra, cantar y alegrar una fiesta. Me sentí dolida, triste y humillada; y eso se quedó grabado en mi mente y en mi corazón durante mucho tiempo. Cuando llegué a España, años después de ese suceso, me presentaron a Jesús, y entonces empecé a verme como realmente era, una persona soberbia, orgullosa y egoísta. Sentí una gran necesidad de cambiar, de ser mejor persona, y me esforcé mucho para que eso ocurriera. Para nada valió mi esfuerzo pues veía que no ocurría ningún cambio en mí, porque no estaba contando con la ayuda de Dios, y sí, sólo con mis propias fuerzas; era fracaso detrás de fracaso. Si no hay convencimiento y arrepentimiento, para nada vale "el cambio, porque la persona reincidirá en el pecado una y otra vez. ¡Ojo! Dios no necesita "gente buena" en el cielo; Él quiere pecadores sinceramente arrepentidos y transformados por el poder de Su Santo Espíritu. Entonces reconocí que sola no podía, que necesitaba de la ayuda de Dios, y le entregué mi carga. Le pedí que cambiara mi carácter; que hiciera una limpieza profunda en todo mi ser; que se ocupara de cada "rincón" de mi vida, de mi alma. Le di total libertad para abrir todas las puertas de mi ser, que sacara toda la basura que yo tenía guardada como un tesoro; que limpiara mi corazón de toda hipocresía, orgullo y soberbia, y creo, sinceramente que Él lo está haciendo, ¡gloria a Dios! Y una cosa muy importante: ese cambio es permanente; no tendré que ponerme una máscara todas las veces que salga a la calle o que vaya a la iglesia, porque es la obra del Espíritu Santo en mí, y Él la perfeccionará "hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6), cuando tendré que presentarme delante de Él, cuando me muera o cuando Él vuelva, si aún estuviere viva. He aceptado a "regaña dientes" la crítica de mi hermano, pero ahora veo que fue el comienzo de mi restauración.
Yo estaba ciega, no me veía como realmente era, y Dios usó a mi hermano, esa "pieza oscura" de mi vida  para abrirme los ojos; ahora veo que él fue una pieza muy importante en las manos de Dios para mi vida. En Proverbios  está escrito: "El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento. El temor del Señor es enseñanza de sabiduría; y a la honra precede la humildad" (15:32-33); "El que ama la instrucción ama la sabiduría; Mas el que aborrece la reprensión es ignorante" (12:1); "El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina" (29:1); y: "Con misericordia y verdad se corrige el pecado, y con el temor del Señor los hombres se apartan del mal"(16:6).
       En la iglesia por ejemplo, hay hermanos que no nos caen bien, les vemos molestos, conflictivos, antipáticos, entonces tomamos el camino más fácil, el de etiquetarlos. Buscamos no tener ningún tipo de relación con ellos, y sólo les saludamos por obligación. Esas personas para nosotros son "las piezas oscuras" de nuestro puzzle; no tenemos un lugar para ellas en nuestras vidas, pero les permitimos que cubran un hueco. Nos olvidamos que Dios tiene el control de todo, que Él sí tiene un lugar para ellas en su cuerpo, porque "somos el cuerpo de Cristo, ¿verdad? y Él es "la cabeza" (Colosenses 1:18a); y además, Él tiene un plan para cada una de esas "insignificantes" piezas, y lo cumplirá, queramos o no. Esas personas son piezas importantes en nuestro crecimiento espiritual, como nosotros también lo somos en el plan de Dios en sus vidas, y tendremos que convivir con ellas en el cielo. Dios las puso en nuestro camino aquí en la tierra, para que aprendamos a amarlas y a soportarlas, como también ellas a nosotros. Estamos en una escuela, y sólo será aprobados los que de buena voluntad se presentan a las pruebas, a los exámenes.
       Jesús creó un gran puzzle, con infinitas piezas que es Su iglesia. Él conoce cada pieza, cada debilidad, y sabe que somos torpes para comprender Su plan, pero jamás permitirá que una pieza se pierda: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:27-30). Todos tenemos un lugar en ese puzzle maravilloso del plan de Dios, que está formado por los miembros de Su cuerpo, del cual Jesús es la Cabeza. Dios es que monta ese puzzle, juntamente con Jesús y el Espíritu Santo. Tenemos que solamente obedecerle y aceptar el lugar que nos corresponde dentro de Su maravilloso plan Podemos ser una pieza que encaja perfectamente en ese puzzle del plan de Dios, o ser "una piedra de tropiezo" en la vida de las demás piezas, pero debemos arcar con las consecuencias. Dios está esperando que vayamos a su presencia, y le pidamos que nos ayude a cambiar, a ser transformados en una pieza de bendición. ¡Adelante! Dios os bendiga.

martes, 13 de diciembre de 2011

EL PESO DEL PECADO

      Hace tiempo vi una película de dibujos animados de "La bella durmiente", donde aparecían tres hadas que eran las protectoras de dicha princesa. Una de ellas me llamó mucho la atención, a pesar de que, en aquel tiempo no tenía a Jesús en mi corazón, como lo tengo hoy. Esa hada era bien gordita, pues le gustaba comer mucho. Mientras las otras dos se alzaban en los aires con facilidad,  ella, con muy gran esfuerzo lo conseguía, por causa de su peso. Es maravilloso como Dios nos habla a través de cosas insignificantes como esa película. Dios creó a los ángeles, y ellos están por todas partes, podemos creerlo. Hay ángeles guardianes, protectores, mensajeros, y hay ángeles que protegen el trono de Dios, y a los que creen en Jesús.
      Un día, estaba meditando sobre todo eso, y me vino a la mente una pregunta: ¿Por qué los ángeles pueden volar, y estar en varios sitios a la vez? Los ángeles tienen alas realmente, muchos no lo creen; pero en la Palabra de Dios habla sobre los ángeles del Arca del Pacto. Dios mandó a Moisés que la construyera : "Harás también dos querubines de oro; labrados a martillo; los harás en los dos extremos del propiciatorio. Y los querubines extenderán por encima sus alas, cubriendo con sus alas el propiciatorio" (Éxodo 25:19-20). Sentí que el Espíritu Santo me decía: "los ángeles pueden volar porque no tienen pecado". Ahora comprendo mucha cosa, realmente es así. El pecado es una carga muy pesada, que no nos deja ser libres; es como estar en una prisión. Supongo que sí no tuviéramos pecados, si fuéramos limpios, justos y santos, hasta podríamos alzarnos en los aires como los pájaros.
      Jesús cuando vino a la tierra, vino como hombre, sin pecado, pero cuando Él llevó sobre sí mismo los pecados de toda la humanidad, Él sintió en su cuerpo el peso de nuestros pecados. Jesús, después de muerto y resucitado, se quedó libre de esa gran carga. Dice la Palabra de Dios: "Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados"(Isaías 53:4-5).
      Dios nos llama a ser santos como Él es Santo: "Porque escrito está: "Sed santos, porque yo soy Santo" (1ª Pedro 1:16), y, "Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque  yo soy Santo"(Levítico 11:44a); y en Éxodo 19:6: "Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa".
      Cuando Jesús resucitó al tercer día, prometió enviar a sus Apóstoles (y a nosotros los que hemos creído en Él), el Espíritu Santo, y subió al cielo a la vista de ellos, veamos: "Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos"(Hechos 1:9), y sigue: "Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que Él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: "Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo"(Hechos 1:10-11). Estos dos varones con vestiduras blancas suponemos que eran ángeles del cielo, sin duda alguna; y que no hubo ningún obstáculo que os impidiera de aparecer de repente al lado de los Apóstoles que estaban mirando al cielo. Los ángeles son santos, y por no tener pecados son libres a aparecer donde Dios les ordene que aparezcan.
      Antes de ir al cielo, luego después de haber resucitado, Jesús se les apareció a sus discípulos: "Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando LAS PUERTAS CERRADAS en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio de ellos, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor"(Juan 20:19-20). La puerta estaba CERRADA, Jesús no tocó a la puerta para que alguien la abriera, simplemente ¡ LA TRASPASÓ!, ¡ESTO ES PODER! Dios quiere que tengamos también poder, de alzarnos en el aire, de traspasar puertas y paredes; de entrar en lugares cerrados, de aparecer donde Él nos quiere usar ¡para Su gloria!
      El Espíritu Santo arrebató a Felipe, después que él predicó y bautizó al etíope; podéis comprobarlo en Hechos 8:26-39).
      En la palabra de Dios dice que, en la 2ª venida de Jesús, "los muertos en Cristo, a los que durmieron en Él, los que perseveraron hasta el final, resucitarán primero, y nosotros, los que vivimos (y que creemos en Él, por supuesto), seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1ª Tesalonicenses 2:14-17). Por eso digo, y vuelvo a decir: Es necesario que nos arrepintamos, que pidamos perdón a Jesús, y que cambiemos de vida. Tenemos que vivir como el nuevo hombre, criados en Cristo Jesús, limpios, justos y santos. No nos olvidemos que, la santidad nos hace "leves", pero el pecado nos hacen "pesados". Toda las personas que creen en Jesús reciben el poder, "y estas señales seguirán a los que creen: en mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán"(Marcos 16:17-18). Mas no solamente eso, serán transformados en nuevas criaturas, limpias, santas y sin manchas.¡ Aleluya! No podemos seguir presos al pecado. Pensamos que Dios es tan bueno y misericordioso que pasa por alto estos "pecadillos sin importancia", pero estamos completamente equivocados. Dios es realmente bueno y misericordioso, pero Él ABORRECE  el pecado, por pequeño e insignificante que parezca ser. La misericordia no es un derecho del hombre, merecemos el castigo y la ira de Dios. La misericordia es un de los adorables atributos de Dios, por medio de la cual él muestra Su gran amor por nosotros. Prueba de eso es que "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga a vida eterna. Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios"(Juan 3:16-18).
      Entrégale tu corazón a Jesús; confiésale tus más íntimos pecados, y arrepiéntete. Invítale a vivir en tu corazón, y ser tu Señor y Salvador hoy mismo, no espere más. Y viva, a partir de ahora, una vida limpia y santa; y no te deje contaminar por el mundo nuevamente. Jesús viene pronto. Dios os bendiga.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿ME AMAS? (Juan 21:16) - Parte 4

       1. - Considerad la pregunta que Jesús hizo a Pedro, y tratad de contestarla por vosotros mismos. No intentéis evadirla; examinadla seriamente; pensadla bien. Y después de todo lo que os he dicho, ¿podéis honestamente decir que amáis a Cristo?
       No sería una respuesta satisfactoria si me dijeras que crees la verdad del cristianismo y te aferras a los artículos de la fe evangélica. Un mero asentimiento intelectual al contenido del Evangelio no salva. Los diablos también creen y tiemblan (Santiago 2:19). El verdadero cristianismo va más allá de un mero asentimiento a unas doctrinas y a una opiniones. Consiste en conocer, confiar, y amar a la Persona que murió por nuestros pecados, pero que ahora vive: Cristo el Señor. Los cristianos primitivos, tales como Febe, Persis, Trifena, Trifosa, Gayo y Filemón, probablemente no sabían mucha teología dogmática; pero su profesión de fe estaba caracterizada por un rasgo común y sobresaliente: TODOS AMABAN A CRISTO.

       2. - El motivo de su falta de afecto y amor a Cristo es evidente: no sientes ningún sentimiento de gratitud y de obligación hacia Él. No te sientes deudor de su gracia ni de sus beneficios. No es de extrañar, pues, que no le ames. Sólo hay un remedio para este caso: debes despertar a tu gran necesidad espiritual. Has de saber lo que eres por naturaleza delante de Dios, y percatarte de tu pecado y culpabilidad. ¡Oh, que el Espíritu Santo te muestre todo eso!
       Quizá nunca lees la Biblia, o si la lees es muy de cuando en cuando, y por mera costumbre, sin interés, entendimiento, ni aplicación. Haz caso de mi exhortación y cambia de proceder. Lee la Biblia con diligencia y no descanses hasta que te hayas familiarizado con ella. Lee lo que la Ley de Dios requiere del hombre tal como el Señor Jesús lo expone en el capítulo 5 de San Mateo. Lee la descripción que de la naturaleza humana nos da Pablo en los primeros capítulos de su epístola a los Romanos. Con oración estudia estos pasajes bíblicos, y suplica por la enseñanza del Espíritu Santo; entonces pregúntate si eres o no un deudor a Dios, un deudor en extrema necesidad de un Amigo como Jesús.
       Quizá eres una de aquellas personas que desconocen lo que es la oración sincera, real y de corazón. Te has acostumbrado a considerar la fe evangélica como algo que atañe a la Iglesia y al culto externo, pero no tiene relación directa con tu ser íntimo y personal. Cambia de proceder. Empieza, desde hoy, a suplicar sinceramente a Dios por tu alma. Pídele que te muestre todo lo que necesitas saber para la salvación de tu alma. Haz esto con toda tu mente y con todo tu corazón, y no tardarás en descubrir la necesidad que tienes de Cristo.
       El aviso que te doy quizás parezca anticuado y simple; pero no lo rechaces. Es el viejo buen camino, por el cual han andado millones de personas y encontraron paz para sus almas. Si no amas a Cristo estás en inminente peligro de ruina eterna. El primer paso para amar a Dios lo constituye el conocimiento de la necesidad que todo pecador tiene de Cristo, y de la deuda que tiene con Cristo. Y cuando te conozcas a ti mismo y te des cuenta de tu condición delante de Dios, entonces empezarás a darte cuenta de tu necesidad. Para obtener un conocimiento salvador de Cristo debes escudriñar el Libro de Dios (La Biblia), y debes suplicar a Dios por Luz. No desprecies el aviso que te doy; tómalo y serás salvo.

       3. - En último lugar, si ya has gozado de alguna experiencia del amor a Cristo, a manera de despedida recibe unas palabras de aliento y consejo. Y que el Señor haga que te hagan bien.
       Si en verdad amas a Cristo, goza con el pensamiento de que tienes una buena evidencia con respecto al estado de tu alma. El amor es una evidencia de gracia. ¿Y qué si a veces estás acosado de dudas y temores? ¿Y qué si a veces tienes temores sobre la autenticidad de tu fe? ¿Y qué si a menudo tus ojos se ven nublados por las lágrimas de incertidumbre al no poder ver claramente tu llamamiento y elección de Dios? Con todo, hay motivo para que tengas fuerte consolación y esperanza: tu corazón puede testificar que amas a Cristo. Allí donde hay verdadero amor, hay verdadera gracia y verdadera fe. No le amarías si Él no hubiera hecho algo por ti. El amor en tu corazón es señal de una obra de gracia genuina.
       Si amas a Cristo, nunca te avergüences de dar testimonio de su Persona y obra. Puesto que te ha amado y lavado de tus pecados con su sangre, no tienes porqué esconder de los demás el amor y afecto que sientes hacia Él. Un viajante inglés, de vida impía y descuidada, en cierta ocasión preguntó a un indio americano, un hombre convertido y temeroso de Dios: "¿Por qué haces tanto por Cristo? ¿Por qué hablas tanto de Él? ¿Qué es lo que este Cristo ha hecho por ti para que te tomes tanto trabajo por Él?" El indio no le contestó con palabras, sino que juntó unas cuantas hojas secas y un poco de musgo, y con ello hizo un anillo en el suelo. Luego tomó un gusano, lo puso en medio del anillo, y prendió fuego a las hojas y al musgo. Las llamas pronto se elevaron, y el calor empezó a asar el gusano. Con terrible agonía éste trató de escapar por cualquier lado pero todo era en vano, hasta que en desespero se enrolló en el centro del anillo y aguardó el instante en que sería consumido por el fuego. En aquel momento el indio extendió su mano, tomó el gusano, lo puso suavemente sobre su pecho y dijo al inglés: "Desconocido: ¿ves este gusano? Yo iba a perecer como este animalito. Estaba a punto de morir en mis pecados, en desespero y al borde mismo del fuego eterno. Pero en estas circunstancias Jesús extendió su poderoso brazo. Fue Jesús quién me salvó con su diestra de gracia, y me arrebató de las llamas eternas. Fue Jesús quien me puso a mí, pobre gusano pecador, cerca de su corazón amoroso. Desconocido, esta es la razón por la cual hablo tanto de Él. Y no me avergüenzo, pues le amo".
       Si hemos gustado algo del amor de Cristo, mostremos también el mismo sentir de este indio americano. ¡Nunca lleguemos a pensar que podemos amar a Cristo demasiado, vivir demasiado cerca de Él, confesarle con demasiado valor, y entregarnos demasiado a Él! Nada es demasiado para Aquél que nos perdonó, nos limpió con Su sangre e hizo Su morada en nosotros. En el amanecer de la resurrección, lo que más nos sorprenderá será el hecho de que mientras estuvimos en la tierra no amamos más a Cristo, infelizmente. Pero podemos arreglar ésto, buscando amarlo, con toda nuestra mente, espíritu y corazón desde ahora, buscando una relación personal e íntima con Él.

¡Que el Espíritu Santo nos llene del amor de Dios para que podamos amar a Cristo como Él lo merece!

martes, 22 de noviembre de 2011

¿ME AMAS? (Juan 21:16) - Parte 3

       II-  Maneras y modos de manifestarse el amor a Cristo.

       Si amamos a una persona, desearemos pensar en ella. No será necesario que se nos haga memoria sobre la misma, pues no olvidaremos su nombre, su parecido, su carácter, sus gustos, su posición, su ocupación. Durante el día su recuerdo cruzará nuestros pensamientos muchas veces, aun por lejos que se encuentre. Pues bien, lo mismo sucede entre el verdadero creyente y Cristo. Cristo "mora en su corazón" y en su pensamiento (Efesios 3:17). En la religión, el afecto es el secreto de una buena memoria. La gente del mundo, de por sí, no piensa en Cristo, y es que sus afectos no están en Él. Pero el verdadero cristiano durante su vida piensa en Cristo y en su obra, pues le ama.
       Si amamos a una persona, desearemos oír hablar de ella. Será un placer para nosotros oír hablar a otras personas de ella, y mostraremos interés por cualquier noticia que haga referencia a ella. Cuando alguien describa su manera de ser, de obrar y de hablar, le escucharemos con la máxima atención. Algunos oirán hablar de ella con completa indiferencia, pero nosotros, al oír mencionar su nombre, nos llenaremos de alegría. Pues bien, lo mismo sucede entre el creyente y Cristo. El verdadero creyente se deleita cada vez que oye algo acerca de su Maestro. Los sermones que más le gustan son aquellos que están llenos de Cristo; y las compañias que más prefiere son las de aquellos que se deleitan en las cosas de Cristo. Leí de una ancianita galesa que no sabía nada de inglés, y cada domingo andaba varios kilómetros para oír a un predicador inglés. Al preguntarle por qué andaba tanto si no podía entender la lengua, ella contestó que como el predicador mencionaba tantas veces el nombre de Cristo, esto le hacía mucho bien, puesto que oír tantas veces el nombre de su Salvador era una experiencia dulce.
       Si amamos a una persona, nos agradará leer de ella. ¡Qué placer más intenso proporciona a la esposa una carta del marido ausente, o a la madre de las noticias del hijo lejano! Para los extraños estas cartas apenas si tendrán valor y sólo a duras penas las leerán. Pero los que aman a los que las han escrito, verán en estas cartas algo que nadie más puede ver; las leerán una y otra vez, y las guardarán como un tesoro. Pues bien, esta es la misma experiencia entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero creyente se deleita en la lectura de las Escrituras, pues son ellas las que le hablan de su amado Salvador.
       Si amamos a una persona, nos esforzaremos para complacerla. Desearemos amoldarnos a sus gustos y opiniones, y obrar según su consejo. Estaremos incluso dispuestos a negarnos a nosotros mismos para adaptarnos a sus deseos, y a abstenernos de aquellas cosas que sabemos que le aborrece. Con tal de agradarle mostraremos  interés en hacer aquello que por naturaleza no estamos inclinados a hacer. Pues bien, lo mismo suele suceder entre el creyente y Cristo. Para poder agradarle el verdadero cristiano se esfuerza en ser santo en cuerpo y en espíritu. Abandonará cualquier práctica o hábito si sabe que es algo que no complace a Cristo. Contrariamente a lo que hacen los hijos del mundo, no murmurará ni se quejará de que los requerimientos de Cristo son demasiados estrictos o severos. Para él los mandamientos de Cristo no son penosos, ni pesada su carga. ¿Y por qué es esto así? Simplemente porque le ama.
       Si amamos a una persona amaremos también a sus amigos. Aún antes de conocerles ya mostramos hacia ellos una favorable inclinación, y esto porque compartimos un mismo amor hacia el amigo o los amigos. Cuando llegamos a conocerles no experimentamos sensación de extrañeza; un sentimiento común nos une: ellos aman a la misma persona que amamos y esto es ya una presentación. Pues bien, lo mismo viene a suceder con el creyente y Cristo. El verdadero cristiano considera a los amigos de Cristo como sus propios amigos, y como miembros del mismo cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército y viajantes hacia el mismo hogar. Cuando les ve por primera vez, parece como si ya les hubiera conocido de siempre. Y a los pocos minutos de estar con ellos experimenta una afinidad y familiaridad mucho mayor que cuando está entre gente del mundo que ya hace muchos años que conoce. ¿Y cuál es el secreto de todo esto? Simplemente, un mismo afecto al Salvador, un mismo amor al Señor.
       Si amamos a una persona, seremos celosos por su nombre y honra. No permitiremos que se hable mal de ella y saldremos en su defensa. Nos sentiremos obligados a mantener sus intereses y su reputación. Pues bien, algo parecido sucede entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero creyente reaccionará con santo celo en contra de las injurias hechas a la Palabra del Maestro, a su causa y a su Iglesia. Si las circunstancias así lo requieren, le confesará delante de los príncipes y mostrará su sensibilidad ante la más insignificante afrenta. No callará ni permitirá que la causa del Maestro sea pisoteada, sino que testificará en su favor. ¿Y por qué todo eso? Porque le ama.
       Si amamos a una persona, desearemos hablar con ella. Le diremos todos nuestros pensamientos, y le abriremos nuestro corazón. No nos será difícil encontrar tema de conversación. Por reservados y callados que seamos con otras personas, siempre nos resultará fácil hablar con el amigo que amamos de verdad. ¡Tendremos tantas cosas para decir, informar y preguntar! Pues bien, es así entre el verdadero creyente y Cristo. El verdadero cristiano no tiene dificultad para hablar a su Salvador. Cada día tiene algo que decirle, y no es feliz hasta que se lo ha dicho. A través de la oración, cada mañana y cada noche habla con su Maestro. Le expone sus deseos, sus necesidades, sus sentimientos y sus temores. En la hora de la dificultad busca su consejo, y en los momentos de prueba su consuelo; no puede hacer otra cosa: debe conversar continuamente con su Salvador, pues sino, desmayaría en el camino. ¿Y por qué? Simplemente, porque le ama.
       Finalmente, si amamos a una persona, desearemos estar siempre con ella. El pensar, oír y hablar de la persona amada, hasta cierto punto nos complace pero no es suficiente; si en verdad amamos, deseamos algo más: deseamos estar siempre en compañia de la persona amada. Ansiamos estar con ella continuamente, y las despedidas nos son en extremo molestas. Pues bien, es así también entre el verdadero creyente y Cristo. El corazón del verdadero cristiano suspira por aquel día cuando verá a su Maestro cara a cara (1ª Coríntios 13:12), y para toda la eternidad. Ansía poner punto final al pecar, al arrepentimiento, al creer, y suspira por aquella vida  sin fin en la que se verá como ha sido visto, y en la que no habrá más pecado. El vivir por la fe le ha sido dulce, pero sabe que el vivir por vista aún le será más dulce. Encontró placentero el oír de Cristo, el hablar de Cristo, y el leer de Cristo; pero mucho mejor será ver a Cristo con sus propios ojos, y para siempre. "Más vale vista de ojos, que deseo que pasa"(Eclesiastés 6:9). ¿Y por qué todo esto? Simplemente, porque le ama.
       Estas son las características por las cuales se descubre el verdadero amor. Son simples, y fáciles de entender. Quizá tu hijo estaba en el ejército cuando surgió el motín de la India o la guerra de Crimea; y tuvo que tomar parte muy activa en algunas de estas contiendas. ¿No te acuerdas de cuán profundos, ansiosos y fuertes eran tus sentimientos hacia tu hijo? ¡Ah, esto es amor!
       Quizás sepas por experiencia lo que es tener el esposo en la marina y separado del hogar durante meses e incluso años. ¿No vienen a tu memoria aquellos dolorosos sentimientos de separación? ¡Ah, esto es amor!
       Quizás en estos momentos tu amado hermano está en Londres para iniciar sus actividades como negociante. Por primera vez se encuentra en medio de las tentaciones de la gran ciudad. ¿Le irán bien los negocios? ¿Se abrirá camino? ¿Le verás otra vez? ¿No es cierto que estos sentimientos a menudo llenan tu corazón? ¡Ah, esto es amor!
       Quizás estás prometido, pero por diferentes causas la boda ha de aplazarse y la obligación o empleo hace que estéis separados de momento. ¿No es cierto que ella viene muy a menudo a tus pensamientos? ¿No es verdad que te gusta recibir cartas suyas y noticias de ella? ¿No es cierto que suspiras por verla de nuevo? ¡Ah, esto es amor!
       Hablo de experiencias que son muy familiares a todos, y no es necesario que me extienda sobre ellas. Todo el mundo las sabe y comprende. Difícilmente podríamos encontrar una rama de la familia de Adán que ignorara lo que es el afecto y el amor. Por consiguiente que no se diga que el creyente  no puede saber si ama o no a Cristo. Puede saberse; las pruebas están ahí delante. El amor al Señor Jesús no es un secreto escondido, o algo que está por las nubes. Es como la luz, se ve; es como el sonido, se oye; es como el calor, se siente. Si existe, el amor no puede esconderse. Si no puede verse, estad ciertos de que no existe.