jueves, 1 de marzo de 2012

Los Atributos de Dios - Libro de A.W.Pink -Parte 2

       Los decretos de Dios - El decreto de Dios es su propósito o determinación respecto de las cosas futuras. Hemos usado el singular - como hace la Escritura (Romanos 8;28, Efesios 3:11) - porque sólo hubo un acto de su mente infinita acerca del futuro. Nosotros hablamos como si hubiera habido muchos, porque nuestras mentes únicamente pueden pensar en ciclos sucesivos, a medida que surgen los pensamientos y las ocasiones; o en referencia a los distintos objetos de su decreto, los cuales, siendo muchos, nos parece que requieren un propósito diferente para cada uno. Pero el conocimiento divino no procede gradualmente o por etapas: "El Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos"(Hechos 15:18).
       Las Escrituras mencionan dos decretos de Dios en muchos pasajes y utilizando varios términos. La palabra "decreto" se encuentra en el salmo 2:7, etc. En Efesios 3:11 leemos acerca de su "propósito eterno". En Hechos 2:23 de su "determinado consejo y anticipado conocimiento". En Efesios 1:9 del "misterio de su voluntad". En Romanos 8:29 dice que Él también "predestinó". En Efesios 1:9 se menciona "su beneplácito". A los decretos de Dios se los llama sus "consejos", indicando que son consumadamente sabios, y su "voluntad" para mostrar que Dios no está bajo sujeción alguna, sino que actúa según su propio deseo. Cuando la regla de conducta de una persona es su propia voluntad, resulta generalmente caprichosa e irrazonable; pero en el proceder divino la sabiduría está siempre asociada con la voluntad y, por tanto, se dice que los decretos de Dios son "el designio de su voluntad" (Efesios 1:11).
       Los decretos de Dios está relacionados con todas las cosas futuras sin excepción: todo lo que se lleva a cabo a su tiempo, fue predeterminado antes del principio del tiempo. El propósito  de Dios afectaba a todo - grande o pequeño, bueno o malo -, aunque debemos apresurarnos a afirmar que, si bien Dios es quien ordena y controla el pecado, no es en modo alguno su Autor de la manera que es el Autor del bien. El pecado no podía proceder de la creación directa o positiva de un Dios Santo, sino solamente de su permiso por decreto y su accíón negativa. El decreto de Dios es tan amplio como su gobierno, y se extiende a todas las criaturas y acontecimientos. Se relaciona con nuestra vida y con nuestra muerte; con nuestro estado en el tiempo y en la eternidad. De la misma manera que juzgamos los planes de un arquitecto inspeccionando el edificio levantado bajo sus directrices, así también aprendemos por las obras de Aquel que hace todas las cosas según el designio de su voluntad cuál es (era) el propósito que tenía.
       Dios no decretó meramente hacer al hombre, ponerlo sobre la Tierra y luego dejarlo bajo su propia guía incontrolada; sino que fijó todas las circunstancias de la muerte de los individuos y todos los pormenores que la Historia de la raza humana comprende, desde su principio hasta su fin. No decretó solamente que se establecieran leyes para el gobierno del mundo, sino que dispuso la aplicación de las mismas en cada caso particular. Nuestros días están contados, así también como los cabellos de nuestra cabeza. Podemos entender el alcance de los decretos divinos si pensamos en las dispensaciones de la Providencia en las cuales aquellos se cumplen. Los cuidados de la Providencia alcanzan a la más insignificante de las criaturas y al más nimio de los acontecimientos, tales como la muerte de un gorrión o la caída de un cabello.
       Consideremos ahora algunas de las peculiaridades de los decretos divinos. Estos son, en primer lugar, eternos. Suponer que algunos de ellos se haya dictado dentro del tiempo, equivale a decir que se ha dado un caso imprevisto o alguna combinación de circunstancias que ha inducido al Altísimo a tomar una nueva resolución. Esto significaría que los conocimientos de la Deidad son limitados, y que con el tiempo esta va aumentando en sabiduría, lo cual sería una blasfemia horrible. Nadie que crea que el entendimiento divino es infinito y que abarca el pasado, presente y futuro, asentirá nunca a la doctrina de los decretos temporales. Dios no ignora los acontecimientos futuros que se ejecutarán por voluntad  humana (los ha predicho en innumerables ocasiones), y la profecía no es otra cosa que la manifestación de su presencia eterna. La Escritura afirma que los creyentes fueron escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4); más aún, que la gracia les fue "dada" a estos ya entonces (2 Timoteo 1:9).
       En segundo lugar, los decretos de Dios son sabios. La sabiduría se muestra en la selección de los mejores fines posibles y de los medios más apropiados para cumplirlos. Por lo que conocemos de los decretos de Dios, es evidente que poseen esta característica. Así se nos descubre en su cumplimiento: todas las muestras de sabiduría en las obras de Dios son prueba del plan sabio por el que se llevan a cabo. Como declara el Salmista: "¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría" (Salmo 104:24). Sólo podemos contemplar una pequeñísima parte de ellas; pero, como en otros casos, conviene que procedamos a juzgar el todo por la muestra, lo desconocido por lo conocido. Aquel que, al examinar parte del funcionamiento de una máquina, percibe el admirable ingenio de su construcción, creerá, naturalmente, que las demás partes son igualmente admirables. De la misma manera, cuando las dudas acerca de las obras de Dios asaltan nuestra mente, deberíamos rechazar aquellas objeciones que no podemos reconciliar con nuestras ideas de lo que es bueno y sabio. Cuando alcancemos los límites de o finito y miremos hacia el misterioso reino de lo  infinito, exclamemos: "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!" (Romanos 11:33).
       En tercer lugar, los decretos de Dios son libres. "¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?" (Isaías 40:13,14). Cuando Dios dictó sus decretos, estaba solo, y sus determinaciones no se vieron influidas por causa externa alguna. Era libre para decretar o dejar de hacerlo, y para decretar una cosa y no otra. Es preciso atribuir esta libertad a Aquel que es supremo, independiente y soberano en todas sus acciones.
       En cuarto lugar, los decretos de Dios son absolutos e incondicionales. Su ejecución no está supeditada a condición alguna que se pueda o no cumplir. En todos los caso en los que Dios ha decretado un fin, ha decretado también todos los medios para dicho fin. El que decretó la salvación de sus elegidos, decretó también el obrar fe en ellos (2 Tesalonicenses 2:13). "Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero" (Isaías 46:10); pero esto no podría ser así si su consejo dependiese de una condición que pudiera dejar de cumplirse. Dios "hace todas las cosas según el designio de su voluntad" (Efesios 1:11).
       Junto a la inmutabilidad e inviolabilidad de los decretos de Dios, la Escritura enseña claramente que el hombre es una criatura responsable de sus acciones, de las cuales debe rendir cuentas. Y si nuestras ideas están conformadas por la palabra de Dios, la afirmación de una de sus enseñanzas no nos llevará a la negación de la otra. Reconocemos que existe verdadera dificultad en definir dónde termina la una y dónde comienza la otra. Esto ocurre cada vez que lo divino y lo humano se confunden. La verdadera oración está redactada por el Espíritu; no obstante, es también el clamor de un corazón humano. Las Escrituras constituyen la palabra inspirada de Dios, pero fueron escritas por hombres que ran algo más que máquinas en las manos del Espíritu. Cristo es Dios, y también es hombre. Es omnisciente, pero "crecía en sabiduría" (Lucas 2:52). Es todopoderoso y, sin embargo, "fue crucificado en debilidad" (2 Corintios 13:4). Es el Príncipe de vida, pero murió. Estos son grandes misterios, pero la fe los recibe sin discusión.
       En el pasado se ha señalado frecuentemente que toda objeción en contra de los decretos eternos de Dios se aplica con la misma fuerza contra su eterna presciencia. Tanto si Dios ha decretado todas las cosas que acontecen como si no lo ha hecho, todos los que reconocen la existencia de un Dios reconocen que este sabe todas las cosas de antemano. Ahora bien, es evidente que si Él conoce todas las cosas de antemano, las aprueba o no las aprueba; es decir, bien quiere que acontezcan o bien no lo quiere. Pero querer que las mismas acontezcan es decretarlas.

Finalmente, tratemos de hacer una suposición y luego consideremos lo contrario de la misma. Negar los decretos de Dios sería aceptar un mundo - y todo lo que se relaciona con él - regulado por un accidente sin designio o por un destino ciego. ¿Qué paz, qué seguridad, qué consuelo habría entonces para nuestros pobres corazones y mentes? ¿Qué refugio al que acogerse en la hora de la necesidad y la prueba? Ni el más mínimo. No habría cosa mejor que las negras tinieblas y el abyecto horror del ateísmo. ¡Querido lector, cuán agradecidos tendríamos que estar porque todo se halla determinado por la bondad y la sabiduría infinitas! ¡Cuánta alabanza y gratitud le debemos a Dios por sus decretos! Por ellos sabemos que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Romanos 8:28). Bien podemos exclamar: "Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén." (Romanos 11:36). Dios os bendiga.

jueves, 9 de febrero de 2012

Pensamiento: "Sabio es aquel que acepta ser guiado y enseñado por el Espíritu de Dios".

Los Atributos de Dios - Libro de A.W.Pink -Parte 1

       "Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien" (Job 22:21). "Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová" (Jeremías 9:23-24).

       El salvífico conocimiento espiritual de Dios es la mayor de las necesidades de toda criatura humana. El fundamento de cualquier conocimiento verdadero de Dios ha de ser clara comprensión de sus perfecciones, tales como se revelan en la Sagrada Escritura. No podemos servir ni adorar a un Dios desconocido, ni depositar nuestra confianza en Él. Necesitamos algo más que un conocimiento teórico de Dios. El alma solo conoce verdaderamente a Dios cuando se rinde a Él, cuando se somete a su autoridad, y cuando los preceptos y mandamientos divinos regulan todos los detalles de su vida. "Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová" (Oseas 6:3). "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá" (Juan 7:17). "Mas el pueblo que conoce a su Dios, se esforzará" (Daniel 11:32).

La soledad de Dios-

       El título de este capítulo quizá no sea lo suficientemente explícito para indicar su tema. Ello se debe, en parte, a que muy pocas personas están acostumbradas en la actualidad a meditar acerca de las perfecciones personales de Dios. Relativamente pocos de aquellos que leen la Biblia ocasionalmente saben de la grandeza del carácter divino, que inspira temor e incita a la adoración. Que Dios es grande en sabiduría, maravilloso en poder y, sin embargo, está lleno de misericordia, a muchos les parece casi del dominio público; pero tomar en consideración lo que pudiera ser un conocimiento adecuado de su Ser,, su Naturaleza y sus Atributos, tales como se revelan en la Sagrada Escritura, es cosa que poquísimas personas han alcanzado en estos degenerados tiempos. Dios es único en su excelencia. "¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?" (Éxodo 15:11).
       "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Génesis 1.1). Hubo un tiempo (si "tiempo" puede llamársele) cuando Dios, en la unidad de su naturaleza (aunque existiendo igualmente en tres personas divinas), habitaba solo. "En el principio...Dios". Aún  no había Cielo (donde ahora se manifiesta particularmente su gloria); no había Tierra que ocupara su atención; ni había ángeles que cantaran sus alabanzas; ni universo que se sostuviese por la palabra de su poder; no había nada ni nadie, sino solo Dios. Y esto, no durante un día, ni un año, ni una época, sino "desde el siglo". Durante toda una eternidad pasada, Dios estuvo solo: completo, suficiente, satisfecho en sí mismo, no necesitando nada. Si de algún modo hubiera tenido necesidad de un universo, o de ángeles o seres humanos, los hubiese llamado a la existencia desde toda la eternidad. Estos nada añadieron esencialmente a Dios cuando Él los creó. Él no cambia (Malaquias 3:6), por lo que su gloria sustancial no se puede aumentar ni disminuir.
       Dios no estaba bajo coacción, obligación o necesidad alguna de crear. El que quisiera hacerlo fue puramente un acto soberano de su parte: no producido por nada fuera de sí mismo, ni determinado por cosa alguna sino por su propia buena voluntad, ya que Él "hace todas las cosas según el designo de su voluntad" (Efesios 1:11), Él creó simplemente para manifestar su gloria. ¿Cree alguno de nuestros lectores que hemos ido más allá de lo que nos autoriza la Escritura? Entonces, nuestra apelación será a la Ley y al Testimonio: "Levantaos, bendecid a Jehová vuestro Dios desde la eternidad hasta la eternidad: y bendígase el nombre tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y alabanza" (Nehemías 9:5). Dios no sale ganando nada ni siquiera con nuestra adoración. Él no necesitaba esa gloria externa de su gracia que procede de sus redimidos, porque es suficientemente glorioso en sí mismo sin ella. ¿Qué fue lo que le movió a predestinar a sus elegidos para la alabanza de la gloria de su gracia? Fue - como nos dice Efesios 1:5 - "el puro afecto de su voluntad".
       Sabemos que el elevado terreno que estamos pisando es nuevo y extraño para casi todos nuestros lectores; por esta razón, haremos bien en movernos con cautela. Recurramos de nuevo a las Escrituras. Al final de Romanos 11, donde el Apóstol concluye su larga argumentación acerca de la salvación por la pura y soberana gracia, pregunta: "Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado?" (versículos 34, 35). La importancia de esto es que resulta imposible someter al Todopoderoso a obligación alguna hacia la criatura. Dios no sale ganando nada con nosotros. "Si fueres justo, ¿qué le darás a Él? ¿O qué recibirá de tu mano? Al hombre como tú dañará tu impiedad, y al hijo del hombre aprovechará tu justicia" (Job 35:7,8), pero tu justicia no puede, en verdad, afectar a Dios, quien es bendito en sí mismo. "Cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decir: Siervos inútiles somos" (Lucas 17:10); nuestra obediencia no le ha aprovechado a Dios en absoluto.
       Es más, Nuestros Señor Jesucristo no añadió nada al ser y a la gloria esenciales de Dios, ni por lo que hizo, ni por lo que sufrió. Es verdad, bendita y gloriosa verdad, que nos manifestó la gloria de Dios, pero no añadió nada a Dios. Él mismo lo declara explícitamente y sin apelación posible al decir: "Mi bien a ti no aprovecha" (Salmo 16:2 RV1909). Todo este salmo es de Cristo. La bondad o la justicia de Cristo aprovechó a sus santos en la Tierra (Salmo 16:3), pero Dios estaba por encima y más allá de todo ello, pues es "el bendito" (Marcos 14:61).
       Es absolutamente cierto que los hombres honran o deshonran a Dios; no en su ser sustancial, sino en su carácter oficial. Y es igualmente cierto que Dios ha sido "glorificado" por la creación, la providencia y la redención. Esto no lo negamos, ni nos atreveríamos a hacerlo. Pero todo ello tiene que ver con su gloria manifestada, y nuestro reconocimiento de ella. Con todo, si Dios así lo hubiera deseado, habría podido continuar solo por toda la eternidad, sin dar a conocer su gloria a criatura alguna. El que no lo haya hecho, fue únicamente su decisión soberana. Él era perfectamente bendito en sí mismo antes de que la primera criatura fuera llamada a la vida. ¿Y qué son para Dios aun ahora todas las obras de sus manos? Dejemos otra vez que la Escritura conteste: "He aquí que las naciones le son como una gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo. Ni el Líbano bastará para el fuego, ni todos sus animales para el sacrificio. Como nada son todas las naciones delante de Él; en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis? (Isaías 40:15-18).
       Este es el Dios de la Escritura. Sí, aún es "el Dios no conocido" (Hechos 17:23) para las multitudes descuidadas. "Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; Él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar. Él convierte en nada los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana" (Isaías 40:22-23). ¡Cuán infinitamente distinto es el Dios de la Escritura del "dios" del púlpito habitual!
       El testimonio del Nuevo Testamento no difiere en nada del que hallamos en el Antiguo. No podría ser de otro modo, teniendo ambos el mismo Autor. También ahí leemos: "La cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de Reyes, y Señor de Señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver; al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén." (1 Timoteo 6:15-16). Al tal debe reverenciarse, glorificarse y adorarse. Él está solo en su majestad, en único en su excelencia, incomparable en sus perfecciones...Él lo sostiene todo, pero, en sí mismo, es independiente de todas las cosas. Él da a todos, pero no es enriquecido por nadie.
       A un Dios así no se le puede conocer mediante la investigación, sino solo cuando el Espíritu Santo lo revela al corazón, por medio de la Palabra. Es verdad que la creación revela a un Creador, y que los hombres resultan totalmente "inexcusables"; sin embargo, aún tenemos que decir como Job: "He aquí, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos; ¡Y cuán leve es el susurro que hemos oído de Él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?" (26:14). Creemos que el llamado argumento según designio, usado por algunos "apologistas" sinceros, ha producido mucho más daño que beneficio, ya que se ha intentado rebajar al gran Dios al nivel de la comprensión finita y, de este modo, se ha perdido de vista su excelencia única.
       Se ha hecho una analogía con el salvaje que encuentra un reloj en la selva, y quien, después de un examen detenido del mismo, deduce que existe un relojero. Hasta aquí está muy bien. Pero intentemos ir más lejos: supongamos que el salvaje trata de formarse una idea de ese relojero, de sus afectos personales y maneras, de su disposición,  sus conocimientos y su carácter moral, todo lo que - en conjunto - forma una personalidad. ¿Podría nunca concebir o imaginar a un hombre real - el hombre que hizo el reloj - y decir: "yo lo conozco"? Tal pregunta parece fútil, ¿pero está el Dios eterno e infinito mucho más al alcance de la razón humana que ese relojero del salvaje? Ciertamente no. Al Dios de la Escritura solo lo puedes conocer aquellos a los cuales Él mismo se da a conocer.
       Tampoco el intelecto puede conocer a Dios: "Dios es Espíritu" (Juan 4:24) y, por tanto, solo se le puede conocer espiritualmente. El hombre caído no es espiritual, sino carnal: está muerto a todo lo que es espiritual. A menos que nazca de nuevo, que se le traslade sobrenaturalmente de la muerte a la vida - se le lleve milagrosamente de las tinieblas a la luz -, no puede siquiera ver las cosas de Dios (Juan 3:3), mucho menos entenderlas (1 Coríntios 2:14). El Espíritu Santo ha de resplandecer en nuestros corazones - no en el intelecto - para darnos "el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2 Coríntios 4:6). Y aun el conocimiento espiritual es solamente fragmentario: el alma regenerada ha de crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2 Pedro 3:18).
       La oración y el propósito principales de los cristianos han de serl el "andar como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios" (Colosenses 1:10).

sábado, 28 de enero de 2012

Ponga una reja en tu corazón

       Otro día estuve meditando sobre la obra de Dios en la creación, especialmente en lo que se refiere al cuerpo humano, que sabemos que fue creado por Dios, del polvo de la tierra; "Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Génesis 2:7); y pensé: ¿Por qué será que Dios, en Su infinita sabiduría hizo algunos órganos de nuestro cuerpo en duplicidad, como los riñones,  los pulmones, los ovarios...e hizo solamente un hígado, un útero, un estómago, y un corazón? Creo que los órganos que tenemos sólo uno deben ser más cuidados y más protegidos, porque uno puede vivir con sólo un ovario, o un riñón, pero no podrá jamás vivir sin el estómago o el corazón. Cuando uno se enferma de estos órganos "especiales" corre el riesgo de morirse, si no hay "suerte" de encontrar un donante compatible de inmediato. Algunos órganos, como el hígado se regenera después de haber sido extirpada la parte dañada y enferma. He recibido ésta lección cuando tuve que ser operada y me quitaron la vesícula. Antes yo no me preocupaba tanto con mi salud como lo hago ahora; comía en exceso cosas fritas, bollos, azúcar, chocolate y sal, y ahora tengo que cuidar y controlar más mi alimentación, por la salud de mi hígado, siendo que ya no tengo la vesícula biliar, que es un saquillo membranoso del sistema digestivo que contiene la bilis producida por el hígado y que se vacía durante la digestión.
       Pensé también como Dios ha puesto una protección especial para algunos órganos importantes y sensibles como el corazón y los pulmones, que son las costillas, que os protege como una reja. Los pulmones son muy sensibles, y sin ellos no podríamos respirar, y es a través de ellos que el aire que respiramos oxigena nuestra sangre. El corazón es el órgano más importante de todos, porque es él que nos mantiene vivos (físicamente); cuando él deja de latir, nos morimos; nadie vive sin un corazón. Yo enfaticé "físicamente" porque sabemos que es Dios quién nos da la vida y la mantiene, por su gracia, pues nuestra vida está en Sus manos, y Él ya tiene contados todos nuestros días aquí en la tierra, y sólo Él puede quitárnosla; "pues aun vuestros cabellos están todos contados" (Mateo 10:30), dice el Señor.
       Dios nos enseña en Su palabra, "sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida" (Proverbios 4:23). El corazón es como un cofre donde guardamos nuestros objetos de valor; y es en el corazón que debemos atesorar los mandamientos y las enseñanzas de Jesús. María, la madre de Jesús, meditaba y guardaba "en su corazón" las profecías y todo lo que oía acerca de su Hijo Jesús; podemos leerlo en Lucas 2:19,51). En Proverbios 3:1 dice: "Hijo mío, no te olvides de mi ley, y tu corazón guarde mis mandamientos; porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán".
       Cuando alguien que no conocemos toca a nuestra puerta, ¿qué hacemos? ¿La abrimos sin cerciorarnos quién está a la puerta? Y si es una persona extraña, ¿le invitamos a entrar en nuestro hogar? ¡Por supuesto que no! En tiempos tan peligrosos como el en que estamos viviendo hoy no podemos confiar demasiado, porque hay mucha maldad y violencia en el mundo. Ya no podemos vivir confiadamente, con las puertas abiertas como lo hacíamos antiguamente. Sabemos que nuestra seguridad está únicamente en Cristo Jesús, porque Él es nuestra Roca, nuestro Refugio, nuestra Fortaleza, nuestra única protección. No debemos abrir la puerta de nuestro corazón y permitir que en él entre sentimientos que no agradan a Dios. Los malos sentimientos provienen de los malos pensamientos, que son enviados por nuestro enemigo Satanás y también por nuestra carne. El corazón es un órgano muscular que impulsa la sangre a todo el cuerpo a través del sistema circulatorio; la sangre circula desde la cabeza hasta los pies, y elimina las toxinas que son sustancias venenosas producidas por el cuerpo de los seres vivos. Podemos decir que el odio, el rencor, la amargura, el enojo, la envidia, la ira, etc., son toxinas "anímicas", que en un principio son pequeñas semillas, pero si no son arrancadas a tiempo, antes que crezcan, se transforman en grandes árboles con raíces profundas. Esos sentimientos son dañinos, y son como los "ocupas"; personas que viven de forma ilegal en una vivienda, o en un local que no es de su propiedad. Los "ocupas" no cuidan de lo que no es suyo; suelen destrozar todo, y roban lo que pueden llevar; además  después que entran en un lugar, es muy difícil  sacarlos. Así también son los sentimientos "ocupas": roban y destruyen tu paz, el amor y el respeto de tu familia, de tus amigos, y principalmente de tus hermanos en Cristo. Las únicas llaves que abren la puerta del corazón ocupado por los "ocupas", y los echa fuera es el amor y el perdón mutuo. Por eso es tan importante que perdonemos a los que nos hacen daño, y que pidamos a Jesús que nos llene de su amor y misericordia hacia nuestros semejantes. "Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva. Y como queréis que hagan los hombres con vosotros,  así también haced vosotros con ellos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también  los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quien esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso" (Lucas 6:27-36). Busquemos ser cada vez más semejantes a Jesús, tener su carácter, y actuar como Él actuaba cuando estaba en el mundo. Nuestro corazón debe estar limpio, pues es la morada y el templo del Espíritu Santo de Dios. Y no nos olvidemos, "bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8). Sé que es una tarea difícil, pero tenemos un Dios Todopoderoso que nos ayuda en nuestras debilidades; sólo tenemos que llevar todo pensamiento cautivo a Cristo Jesús. Amén. Dios os bendiga.

martes, 17 de enero de 2012

Parábola: El amor de 1ª de Coríntios 13

       Era un día de sábado. Pedro llegó a su taller a las 8 en punto; quitó la ropa y vistió su mono de trabajo, y empezó luego a trabajar, pues tenía muchos coches para arreglar.
       Trabajó incansablemente unas dos horas seguidas, y sólo cuando el reloj marcó las 10 él dejó su trabajo para comerse su almuerzo.
       Mientras comía su bocadillo, puso la radio y buscó algo interesante para oír. No le gustaban las canciones modernas que se hacían  últimamente, pero al conectar a una emisora oyó una canción que le tocó profundamente el corazón. La voz del cantante decía: " Jesús está aquí, ven a Él. Él quiere ser tu amigo, y te ama con profundo amor. Si le buscas Él no te rechazará. Ven a Él, ven a Él. Él nunca te dejará, y su unción estará sobre ti. Jesús te está esperando, ven a Él, ven a Él..."
       Luego en seguida, al terminar la canción, Pedro oyó la voz de un hombre que decía cosas maravillosas que le conmovió en gran manera; el hombre hablaba del amor. Le encantó su manera de expresarse, "era muy elocuente".
       - Ese hombre tiene un carisma especial; me gustaría conocerle personalmente, dijo Pedro.
       Al final de la predicación dijeron la dirección de la iglesia dónde aquél hombre predicaba. Pedro apuntó rápidamente en su mano. ¡Qué raro se sentía, estaba muy emocionado; parecía que su corazón iba a salir por su boca!
       El domingo, se levantó temprano, se afeitó y se duchó, y vistió su mejor traje; y se fue a buscar la iglesia. El culto todavía no había empezado. Pedro miró toda aquella gente a la puerta esperando, pero nadie se le acercó para saludarle. ¡No importa, yo vine para conocer ese pastor que habla tan bien! Además, nadie aquí me conoce, por eso no me han hablado aún...pensó Pedro.
       Se abrió la puerta, entraron todos y buscaron los mejores lugares. Pedro se mantuvo de pie hasta que toda la gente se acomodara; y se sentó detrás, en la última fila.
       ¡Realmente es fantástico! Se dijo a sí mismo en voz baja, cuando el pastor empezó a predicar.
       Terminó el culto; la gente formó grupitos y se abrazaban, se besaban, y se reían unos con otros, y nadie se percató de su presencia, aunque fuera solamente por curiosidad de conocer aquél solitario visitante...
        Al ver al pastor solo, Pedro se aproximó y se presentó: "Usted es el predicador de la radio, ¿verdad? ¡Mucho gusto en conocerle! Y tendió su mano, esperando recibir aquel toque tan anhelado como una señal de aceptación y a la vez tan natural entre dos personas civilizadas. Pero su mano se quedó en el aire... El pastor le miró de arriba abajo, dio media vuelta y se fue a hablar con sus feligreses.
       Pedro se sintió avergonzado; tenía la cara colorada como un tomate maduro. Salió de la iglesia como si estuviera siendo perseguido por mil demonios. Su cuerpo le dolía como si hubiera sido apaleado; su rostro quemaba de la vergüenza que había sentido al ser rechazado. Entonces, vino a su memoria todo lo que había escuchado a través de la radio en su taller. Hablaban del amor. Y recordó un versículo que decía: "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe..." (1ª de Coríntios 13:1).

jueves, 5 de enero de 2012

El puzzle

      La familia de Dios en Cristo Jesús se puede comparar a un puzzle, o rompecabezas, que es un juego de varias piezas, que consiste en recomponer una figura, combinando de manera correcta unas determinadas piezas que se acoplan una a la otra, y en cada una de las cuales hay una parte de dicha figura para formar un paisaje, un diseño de una persona, animal o cosa, etc. Todas las personas que el Señor coloca en nuestras vidas, en nuestros caminos, son muy importantes y están dentro de Su perfecto plan.
       En todo puzzle hay piezas preciosas, de hermosos colores, luminosos, pero hay también piezas oscuras, feas e insignificantes a nuestro ver,  pero que en realidad no lo son, pues todo diseño necesita de la claridad, de los colores vivos y bonitos como el azul, el rojo, el amarillo, mas  necesitan también del negro, del marrón, que son colores no muy favorecidos. Esos colores feos e insignificantes son componentes importantes en el diseño de una sombra;  del cielo en un día de tormentas;  de la tierra árida y seca del desierto;  de la oscuridad de una cueva...los pintores saben el valor de esos colores, pues sin ellos jamás podrían expresar su arte; ¡todo tiene su encanto! Y cuando se pierde una pieza de ese puzzle, por más insignificante que parezca ser, el juego pierde su valor, porque donde había que estar la pieza que se perdió queda un hueco imposible de rellenar.
       En el cuerpo de Cristo, que somos nosotros los que hemos creído y entregado nuestras vidas en las manos de Jesús ocurre lo mismo. Hay personas que se entregan a Jesús y le confiesan como Salvador y Señor de sus vidas, pero luego que empiezan "las pruebas", algunas apostatan de la fe y se vuelven al mundo de donde habían salido, perdiendo así su salvación. Lo peor es si eso ocurre  por causa de otro hermano en la fe, que no se porta adecuadamente y le hace de tropiezo, pues esa perdición será responsabilidad de ése "hermano". Jesús dijo en su palabra: "Imposible es que no vengan tropiezo; mas ¡ay de aquel por quien viene! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer  tropezar a uno  de estos pequeñitos" (Lucas 17:1-2). En este caso el hermano que causó eso debe humillarse e ir hacia el otro y pedirle perdón, entonces el Señor restaurará todas las cosas.
       Muchas veces ocurre que las personas que el Señor coloca en nuestro camino como "compañeros de viaje" son buenas personas, agradables, de carácter amoroso, crecidas espiritualmente, con los cuales nos hace fácil y placentero el caminar. Son de gran bendición en nuestras vidas y un ejemplo a seguir, por su buen testimonio. Pero resulta que a veces nos toca convivir con personas de mal carácter, soberbias, rencorosas, conflictivas que nos hace la vida imposible. Dios nos prueba como al oro, "con fuego", y en la mayoría de las veces no obtenemos victoria porque  miramos "al hombre" y no a Dios. Infelizmente somos incrédulos en lo que concierne los planes de Dios para nuestras vidas, porque no creemos que alguien puede ser Su instrumento en nuestro crecimiento espiritual, y nos burlamos llamándoles de "iluminados", y toda clase de apodos despreciativos. Dios nos pide que "andemos como es digno de la vocación con que fuimos llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándonos  con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuimos también llamados en una misma esperanza de nuestra vocación" (Efésios 4:1-4). Y a lo largo de nuestras vidas los daños que hemos recibido, y también los que hemos hecho a los demás se transforman muchas veces en traumas difíciles de superar y de borrar; y cuando eso ocurre buscamos a los psicólogos y a los psiquiatras para ayudarnos a superar o mitigar ese dolor que tenemos en el alma. Sería mucho más fácil si cada uno reconociera su pecado, se arrepintiera y pidiera perdón al que ha agraviado, porque creo que el que tiene realmente al Espíritu Santo siente en su corazón cuando ha hecho algo malo e inconveniente, y reconoce que se ha equivocado. El Espíritu Santo, a través de la palabra de Dios nos redargüi de pecado, "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien, todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta" (Hebreos 4:12-13). No nos olvidemos que Dios es nuestro Padre y nuestro Creador; y que Él conoce bien todas nuestras debilidades y lo que realmente somos; jamás podremos escondernos de Su Santo Espíritu: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz. Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre" (Salmo 139:7-13). Es a Jesús que tenemos que buscar como nuestro único Consolador y Sanador.
       El Señor tiene que rebajar y pulir las piezas del puzzle, que somos nosotros, para que nos acoplemos y adaptemos bien a las otras "piezas"; y nosotros murmuramos y reclamamos cuando Dios empieza a obrar en nuestro carácter...Dios al final nos hace pasar por el "fuego de la prueba", a ver si hemos aprendido la lección, y si estamos listos para subir otro peldaño de la escalera hacia el cielo, en nuestro caminar con Él.
       Resulta muy fácil y agradable amar a los que nos aman, a los que nos tratan bien, ¿verdad? Lo grande y lo divino es conseguir amar a los enemigos, a los que no nos caen bien, a los que nos maltratan, nos persiguen...Jesús lo logró...nosotros también lo podemos "en Cristo que nos fortalece" (Filipenses 4:13). Decimos que amamos a esas personas "a pesar de todo"; queremos mostrarnos muy bondadosos y misericordiosos para que la gente nos admiren y hablen bien de nosotros; ¡ES PURA FACHADA! Somos hipócritas como los escribas y fariseos: "semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro estamos llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia" (Mateo 23:27). ¡Así lo somos! ¿Cómo podemos decir que amamos a esas personas si las rechazamos, si huimos de ellas, si procuramos tener con ellas un mínimo o casi nada de relación? ¿Cómo podemos decir que tenemos el amor de Dios en nosotros, si rechazamos a esas personas "diferentes", a esas "piezas oscuras" de nuestro puzzle? ¿Cómo sabemos que nosotros somos mejores que ellas? ¿Cómo podemos pensar que esas personas no van al cielo y creer que ya lo tenemos "ganado", si estamos todos en el mismo barco? ¿Acaso tenemos una "bola de cristal" para ver nuestro futuro espiritual? Sabemos que estamos en una escuela, y que tenemos que" perseverar hasta el final, y solamente éstos que perseveren serán salvos" (Marcos 13:13). Nosotros vivimos por fe; creemos que somos salvos por haber creído a Jesús y en Su sacrificio en la cruz del Calvario, donde Él derramó su sangre para lavarnos de nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad, pero para que eso sea efectivo es necesario que le confesemos nuestros pecados, porque: "Si confesamos nuestros pecados, Él (Jesús) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad"(1ª Juan 1:9). Nadie es mejor que nadie, ésto podemos tener certeza; hemos sido hechos de la misma materia, del "POLVO" de la tierra: "Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Génesis 2:7). Debemos concienciarnos que somos imperfectos, que tenemos muchas debilidades; que cometemos muchos errores; que nos equivocamos a cada momento, y una de nuestras debilidades es juzgar al hermano. Jesús dijo: "No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, sereis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido" (Mateo 7:1-2); Y: "Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga" (1ª Coríntios 10:12); Y: " El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella")Juan 8:7).
       Nosotros muchas veces actuamos como los fariseos, con hipocresía; mostramos una apariencia de piadosos por fuera, pero por dentro somos despiadados con nuestros propios hermanos en la fe. No permitimos que el Espíritu Santo haga Su obra sanadora y restauradora en nosotros porque somos incrédulos; no hemos todavía asimilado la grandeza de la obra de Jesús en la cruz del Calvario, y del amor de Dios hacia nosotros. No comprendemos por qué el Señor permite que ocurra ciertas cosas en nuestras vidas; vivimos haciéndole preguntas y exigiéndole una respuesta, como: ¿Por qué tú permites que haya dentro de la iglesia gente que haga daño a los hermanos, que ofende gratuitamente, que humilla el pueblo de Dios? Y nosotros no vemos que también hacemos lo mismo.
       Un día, en Brasil, yo estaba tocando mi guitarra en el porche de mi casa, dónde vivía con mi hermano y mi cuñada, cuando mi hermano me dijo que yo servía solamente para tocar la guitarra, cantar y alegrar una fiesta. Me sentí dolida, triste y humillada; y eso se quedó grabado en mi mente y en mi corazón durante mucho tiempo. Cuando llegué a España, años después de ese suceso, me presentaron a Jesús, y entonces empecé a verme como realmente era, una persona soberbia, orgullosa y egoísta. Sentí una gran necesidad de cambiar, de ser mejor persona, y me esforcé mucho para que eso ocurriera. Para nada valió mi esfuerzo pues veía que no ocurría ningún cambio en mí, porque no estaba contando con la ayuda de Dios, y sí, sólo con mis propias fuerzas; era fracaso detrás de fracaso. Si no hay convencimiento y arrepentimiento, para nada vale "el cambio, porque la persona reincidirá en el pecado una y otra vez. ¡Ojo! Dios no necesita "gente buena" en el cielo; Él quiere pecadores sinceramente arrepentidos y transformados por el poder de Su Santo Espíritu. Entonces reconocí que sola no podía, que necesitaba de la ayuda de Dios, y le entregué mi carga. Le pedí que cambiara mi carácter; que hiciera una limpieza profunda en todo mi ser; que se ocupara de cada "rincón" de mi vida, de mi alma. Le di total libertad para abrir todas las puertas de mi ser, que sacara toda la basura que yo tenía guardada como un tesoro; que limpiara mi corazón de toda hipocresía, orgullo y soberbia, y creo, sinceramente que Él lo está haciendo, ¡gloria a Dios! Y una cosa muy importante: ese cambio es permanente; no tendré que ponerme una máscara todas las veces que salga a la calle o que vaya a la iglesia, porque es la obra del Espíritu Santo en mí, y Él la perfeccionará "hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6), cuando tendré que presentarme delante de Él, cuando me muera o cuando Él vuelva, si aún estuviere viva. He aceptado a "regaña dientes" la crítica de mi hermano, pero ahora veo que fue el comienzo de mi restauración.
Yo estaba ciega, no me veía como realmente era, y Dios usó a mi hermano, esa "pieza oscura" de mi vida  para abrirme los ojos; ahora veo que él fue una pieza muy importante en las manos de Dios para mi vida. En Proverbios  está escrito: "El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento. El temor del Señor es enseñanza de sabiduría; y a la honra precede la humildad" (15:32-33); "El que ama la instrucción ama la sabiduría; Mas el que aborrece la reprensión es ignorante" (12:1); "El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina" (29:1); y: "Con misericordia y verdad se corrige el pecado, y con el temor del Señor los hombres se apartan del mal"(16:6).
       En la iglesia por ejemplo, hay hermanos que no nos caen bien, les vemos molestos, conflictivos, antipáticos, entonces tomamos el camino más fácil, el de etiquetarlos. Buscamos no tener ningún tipo de relación con ellos, y sólo les saludamos por obligación. Esas personas para nosotros son "las piezas oscuras" de nuestro puzzle; no tenemos un lugar para ellas en nuestras vidas, pero les permitimos que cubran un hueco. Nos olvidamos que Dios tiene el control de todo, que Él sí tiene un lugar para ellas en su cuerpo, porque "somos el cuerpo de Cristo, ¿verdad? y Él es "la cabeza" (Colosenses 1:18a); y además, Él tiene un plan para cada una de esas "insignificantes" piezas, y lo cumplirá, queramos o no. Esas personas son piezas importantes en nuestro crecimiento espiritual, como nosotros también lo somos en el plan de Dios en sus vidas, y tendremos que convivir con ellas en el cielo. Dios las puso en nuestro camino aquí en la tierra, para que aprendamos a amarlas y a soportarlas, como también ellas a nosotros. Estamos en una escuela, y sólo será aprobados los que de buena voluntad se presentan a las pruebas, a los exámenes.
       Jesús creó un gran puzzle, con infinitas piezas que es Su iglesia. Él conoce cada pieza, cada debilidad, y sabe que somos torpes para comprender Su plan, pero jamás permitirá que una pieza se pierda: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:27-30). Todos tenemos un lugar en ese puzzle maravilloso del plan de Dios, que está formado por los miembros de Su cuerpo, del cual Jesús es la Cabeza. Dios es que monta ese puzzle, juntamente con Jesús y el Espíritu Santo. Tenemos que solamente obedecerle y aceptar el lugar que nos corresponde dentro de Su maravilloso plan Podemos ser una pieza que encaja perfectamente en ese puzzle del plan de Dios, o ser "una piedra de tropiezo" en la vida de las demás piezas, pero debemos arcar con las consecuencias. Dios está esperando que vayamos a su presencia, y le pidamos que nos ayude a cambiar, a ser transformados en una pieza de bendición. ¡Adelante! Dios os bendiga.